domingo, 5 de abril de 2009


SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ,

y su poesía mística

 

Por Iván de J. Guzmán López

Iguzman2007@une.net.co

 

La Semana Santa, semana en la que se vive el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, es el tiempo ideal para degustar la poética de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, conocida universalmente como  Sor Juana Inés de la Cruz, nacida en San Miguel Nepantla, hoy municipio de Tepetlixpa, Estado de México, el 12 de noviembre de 1651.

 

En sus Redondillas de amor, se advierte una fina sensibilidad; una cadencia suave que con delicadeza y lirismo presenta su rotunda queja de amor: “Este amoroso tormento / que en mi corazón se ve, / sé lo que siento, y no sé / la causa porque lo siento. / Siento una grave agonía / por lograr un devaneo, / que empieza como deseo / y acaba en melancolía. /         Y cuando con más terneza / mi infeliz estado lloro, / sé que estoy triste, e ignoro / la causa de mi tristeza. /           Siento un anhelo tirano / por la ocasión a que aspiro, / y cuando cerca la miro / yo misma aparto la mano. / Porque, si acaso se ofrece, / después de tanto desvelo, / la desazona el recelo / o el susto la desvanece. / Y si alguna vez sin susto / consigo tal posesión, / cualquiera leve ocasión / me malogra todo el gusto. (…).

 

Su madre fue la mexicana Isabel Ramírez de Santillana y su padre Pedro Manuel de Asbaje y Vargas Machuca, un militar español. Al descubrimiento temprano de la biblioteca de su abuelo debe, en buena parte su afición a los libros; todo cuanto era posible aprender en la época, lo aprendió: leyó a los clásicos griegos y romanos; aprendió latín de manera autodidacta, detalle que influenció su estilo y su pulcra escritura. Quiso ingresar  a la universidad, y para ello, en algún momento le pasó por la cabeza el vestirse de hombre, pero al fin decidió irse de monja. Ingresó en la Orden de las Jerónimas, donde la disciplina era algo más relajada: Allí tenía una celda de dos pisos y allí se pasó la vida escribiendo versos sacros y profanos, villancicos para cada Navidad, autos sacramentales y dos comedias.

 

En Hombres necios, uno de sus más celebrados poemas, defiende, no sin cierta ternura, la condición de la mujer ante el asedio de los hombres:”Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis. / Si con ansia sin igual / solicitáis su desdén, / ¿por qué queréis que obren bien / si las incitáis al mal? / Combatís su resistencia / y luego, con gravedad, / decís que fue liviandad / lo que hizo la diligencia. / Parecer quiere el denuedo / de vuestro parecer loco, / al niño que pone el coco / y luego le tiene miedo. / Queréis, con presunción necia, / hallar a la que buscáis / para, pretendida, Tais; / en la posesión, Lucrecia. / ¿Qué humor puede ser más raro / que el que, falto de consejo, / él mismo empaña el espejo / y siente que no esté claro? / Con el favor y el desdén / tenéis condición igual: / quejándoos si os tratan mal; / burlándoos, si os quieren bien. / Opinión ninguna gana, / pues la que más se recata, / si no os admite, es ingrata, / y si os admite, es liviana. / Siempre tan necios andáis, / que, con desigual nivel, / a una culpáis por cruel / a otra por fácil culpáis. / ¿Pues cómo ha de estar templada / la que vuestro amor pretende, / si la que es ingrata ofende / y la que es fácil enfada? (…).

 

En su certero artículo Sor Juana y la tradición mística, la académica Rocío Olivares Zorrilla, escribe:El alma de Sor Juana,  tiene un objetivo constante, aunque aparentemente inalcanzable: la Fuente de la Gracia que inunda al intelecto. ¿Cuál es el contexto en el que la poeta bebe esta idea del intelecto como astro conductor? La doctrina cristiana comunicada a los fieles y la formación escolástica en los colegios tocaban la cuestión del intelecto como la parte más perfecta del alma humana, pero sólo los estudios de teología y la lectura de las Escrituras, de los Santos Padres y de los místicos proporcionaba las alegorías necesarias para elaborar metafóricamente esta categoría”.

 

En el poema Primero sueño (1685), donde plasma el ascenso frustrado del alma hacia el conocimiento, dice: “Piramidal, funesta, de la tierra / nacida sombra, al Cielo encaminaba / de vanos obeliscos punta altiva, / escalar pretendiendo las Estrellas; / si bien sus luces bellas / -exentas siempre, siempre rutilantes- / la tenebrosa guerra / que con negros vapores le intimaba / la pavorosa sombra fugitiva burlaban tan distantes, / que su atezado ceño / al superior convexo aun no llegaba del orbe de la diosa / que tres veces hermosa / con tres hermosos rostros ser ostenta / quedando solo o dueño / del aire que empaña / con el aliento denso que exhalaba; / y en la quietud contenta / de imperio silencioso, / sumisas sólo voces consentía / de las nocturnas aves, / tan obscura, tan graves, / que aun el silencio no se interrumpía. / (…).

 

Su confesor, el jesuita Antonio Núñez de Miranda le reprochaba mucho que escribiese, labor que creía vedada para la mujer, lo que junto con el frecuente contacto con las más altas personalidades de la época debido a su gran fama intelectual, desencadenó las iras de éste. Poco antes de su muerte, Sor Juana fue obligada por su confesor a deshacerse de su biblioteca y su colección de instrumentos musicales y científicos. Recuérdese que en su tiempo la Santa Inquisición estaba activa.

 

Entre sus obras se cuentan bastantes poemas galantes, poemas de ocasión para regalos o cumpleaños de sus amigos, poemas de vestíbulo sobre pies o consonancias sugeridos por otros, letras para cantarse en diversas celebraciones religiosas, y dos comedias llamadas "Amor es más laberinto" y "Los empeños de una casa".

 

Sor Juana falleció, con tan sólo 43 años, el 17 de abril de 1965, en Ciudad de México, víctima de una extraña epidemia, tal vez cantando su Detente sombra: “Detente, sombra de mi bien esquivo, / imagen del hechizo que más quiero, / bella ilusión por quien alegre muero, / dulce ficción por quien penosa vivo. / Si al imán de tus gracias, atractivo, / sirve mi pecho de obediente acero, / ¿para qué me enamoras lisonjero / si has de burlarme luego fugitivo? / (…).  

ATARDECER EN LAS VEGAS,

DE IVÁN DARÍO UPEGUI

 

Por Iván de J. Guzmán López

Iguzman2007@une.net.co

 

Entre las más deliciosas lecturas, de esas que para un lector voraz constituyen siempre un tesoro, están, a no dudarlo, las memorias del escritor o del artista. Ellas se abren como flores, se ofrecen como selvas, son un concierto de voces, de música, de silencios, de vida y de añoranzas; ellas cuentan, larga y morosamente las aventuras, alegrías y tristezas de una vida edificante que está pasando, y que se queda definitivamente ─por la magia de la literatura─,  en el ancho mundo para solaz y paradigma de muchos.

Son clásicos ya, en el género de las memorias, Días de infancia, el conmovedor relato autobiográfico de Gorki, que empieza con Gorki, niño, ante la muerte del padre, y cierra cuando muere su madre, “un domingo del mes de agosto; el espléndido relato El cuento de mi vida, del danés  Hans Christian Andersen , que abre haciendo alabanza de su hogar, en especial de su joven padre, un zapatero lector, y cierra narrando su regreso triunfal a Odense, el día más feliz de su vida, “un 6 de diciembre de 1867”; la Autobiografía, de José Martínez Ruiz  ─Azorín─ ; la Autobiografía, de Chesterton; la Autobiografía, de Borges;  Vivir para contarla, de Gabo; Salvado por los cuentos. Memorias de infancia, juventud y literatura, de Hernando García Mejía y Memorias de un niño, de Jorge Amado, entre muchas otras.

A las anteriores, con muchos méritos literarios y estilísticos, debo agregar el libro Atardecer en “Las vegas”, del escritor Iván Darío Upegui.  Por sus 275 páginas, impregnadas de un halo vital, desfilan personajes entrañables que forjaron un carácter, una temprana concepción del mundo y un claro perfil de escritor: el tendero Diofanor, su amigo Gregorio;  Zacarías, el pastor protestante; don Antonio Madrid, dueño de Mercados Madrid; don Miguel Sierra, el padre Juan N. Mesa, la profesora Eumelia, la señorita Ángela, el padre Álvaro, el padre rector, el papá de Carrancho, la mamá de Checho, su amigo Martillo, “el hidrocefálico” ; Oscar Arboleda, “Oca”; Betsi, el profesor Gustavo Giraldo, el profesor Víctor Arana, Don Javier, La tía Melania, el padre y la madre, entre muchos otros personajes que compartieron la vida y edificaron el mundo de Iván Darío, en el marco de una cuantas cuadras, junto a Mercados Madrid (que todavía existe), el colegio Ferrini, al lado de la 80, y la tienda mixta “Las vegas”, en una calle del Estadio.

El libro abre con los pasos del autor, ya maduro, recorriendo los espacios de su colegio Ferrini (guardián de su antigua alma de niño), de la mano de los recuerdos y la tenaza de la nostalgia. Cierra, usando la técnica de la circularidad en la novela, con un bello y premonitorio juego de palabras:

“¡Oh palabras! ¿Qué hiciera yo para recuperarlas? Esas palabras algún día serán contadas con otras palabras, cuando me siente a escribir lo que veo hoy aquí en “Las Vegas”, lo que he conversado con ustedes, los recuerdos que han venido a mi memoria. El niño que corría por estas calles, el joven que apenas aparecía en las mañanas y marchaba hacia el colegio, el adulto que iba y venía del trabajo. Entonces recurriré a ellas para contar  lo que fui y ya no soy. Algún día, cuando esté más viejo, volveré de nuevo. Si ya no las encuentro o si ya no me ven, trataré de asirlas, de estrujarlas, buscándolas en el aire, conversando con quien quede en estas calles y las haya escuchado”. (…).

El escritor Iván Darío Upegui, Administrador de Empresas de la Universidad de Medellín y Contador Público de la Universidad de Antioquia, nació en Medellín el 15 de julio de 1960. Trabajó varios años con empresas de los sectores bananero y cafetero. Desde el año 2001 ocupa los cargos de Gerente de Mercadeo y Jefe de Gestión Social y Servicio al Cliente del Metro de Medellín, posición que le ha servido para dinamizar la gestión cultural con programas como Palabras Rodantes y Bibliometro –en asocio con COMFAMA-, al igual que el  Festival de Cine Colombiano, el concurso Un cuento para tu ciudad en 100 palabras y varios homenajes a escritores y autores antioqueños, entre otros. También ha publicado artículos y crónicas en algunos periódicos y revistas de la ciudad.

 

Atardecer en “Las Vegas”, un delicioso atardecer, para leer al vaivén de nuestro Metro. 


RON RIDDELL,

enamorado de Medellín

 

Por Iván de J. Guzmán López

Iguzman2007@une.net.co

 

Ron Riddell es de esos poetas amigos que van de isla en isla, de continente en continente, de país en país, dejando en cada puerto un haz de su estro, un poquito de su ser, algo de su abundante y fina veta humanista; es de esos amigos que tardan en llegar, pero llegan al fin. Y al fin fondean, como Ulises, seducidos por una mujer…,o una ciudad alegre y dolorosa como Medellín.

Llegó a Medellín en el año 2001, gracias a la invitación que le hiciera Fernando Rendón, para participar en el XI Festival internacional de Poesía de Medellín, y a la gentileza del Ministerio de Relaciones Exteriores y Comercio en Wellington, Nueva Zelanda, su patria, que financió su primera visita a Latinoamérica.

Entonces se enamoró de Medellín; aquí encontró a su Penélope, la colombiana Saray Torres, y a “su ciudad”. En palabras del poeta, “Medellín es la madre de todas, La Belle Dame; La Musa Eterna, La amiga íntima de todos los poetas del mundo”. Saray es la amiga de su corazón, la interprete fiel de la eufonía poética de su voz: traduce sus poemas y le tiende puentes, cuando su fina sensibilidad no los construye.

Medellín es la ciudad que pone en ebullición su fina sensibilidad de poeta, y como fiel  enamorado de ella, de sus destellos de ternura y de dolor, que a menudo conviven en cualquiera de sus calles, le dispara sus poemas: En El milagro de Medellín y otros poemas (Casa Nueva, Medellín, Colombia, 2002), dice:

Medellín, ¡Oh Medellín! ¡Tú eres la respuesta / a todas las plegarias del poeta! / ¡Tú eres el paraíso del poeta! / (También en ocasiones tú eres la pasión del poeta / El purgatorio y el infierno). / ¡Medellín, ¡Oh Medellín!, quiero dormir / con los mendigos de tus calles; / y convertir tus cunetas en almohadas / y beber las lágrimas de tus pasos. / Quiero comer el festejo del pan seco / en el lecho de tu río de fiesta y fábula; / de pobreza y poesía; de bombas y estupor! / Quiero oír de nuevo levantar su himno a las palomas, (…).

 

Su poesía está hecha del transeúnte que agoniza en la calle; habla del estudiante que muere entre sus libros: en el poema Elegía por Oscar Tamayo, canta  la muerte de Oscar, un estudiante de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional, que perdió la vida mientras estudiaba teorías y cosas decimonónicas, porque una bala perdida volaba con el capricho único de encontrar su cuerpo:

“El viernes a las cuatro /  una bala se perdió en robledo. / Fue hallada por un estudiante / sentado con sus libros / a la sombra de un árbol de mango.

El cielo se llenó de nubes blancas, / los pájaros cantaron cerca. / Pero cuando esa bala se perdió: / los pájaros perdieron su canto, / las flores perdieron sus pétalos, / los árboles perdieron sus hojas”, / (…).

  

Ron Riddell nació en Auckland, Nueva Zelanda, en 1949; es escritor, editor, poeta, músico, pintor y gestor de paz. Es graduado en Artes de Auckland University. Ha presentado su trabajo en muchos festivales y eventos culturales del mundo, incluyendo los festivales de Edimburgo, Harbourfront, Canadá; El Festival Internacional de Poesía de Medellín y El Festival Internacional de Poesía de Cartagena, Colombia; El Festival Internacional de Poesía de Austin, Texas; El Encuentro Internacional de Poetas, en El Salvador; Festival Internacional de Poesía de Costa Rica; Festival de Poesía de Tasmania y Festival de Poesía Overload, Melbourne, Australia; Encuentro Internacional de Poetas ChilePoesía, Santiago, Chile. En Auckland, Riddell estableció un refugio para los poetas en el Live Poets' Café, adjunto a la librería Dead Poets en K. Road. Por tres años consecutivos organizó el Festival Internacional de Poesía de Wellington, en Nueva Zelanda. Ha publicado 19 volúmenes de versos, ha escrito tres novelas y dos obras de teatro. Cinco de sus libros, han sido publicados en edición bilingüe (inglés - español) en Colombia, Costa Rica, España y Norteamérica.

Entre su obra literaria, podemos glosar: Beads, Parnassus Press, Auckland, 1975;  The Titirangi Poets, Vol. 1 & 3 (editor), Outrigger Publishers, Hamilton, 1976, 1981;  Persephone, Outrigger Publishers, Hamilton, 1977;  Northern Light, Parnassus Press, Edinburgh, 1978;  Islands, Parnassus Press, Edinburgh,1978;  Paths of Fight, Writer and Artists Press, Auckland, 1980;  The Christ Light, Solent Publishers, Auckland, 1983;  Sense of Being, Writers and Artists Press, Auckland, 1984;  Breathing Space, Coromandel Press, Coromandel, 1986; Elegy for Barry Mitcalfe, Earl of Seacliff Art Workshop, Auckland, 1987;  How to Eat a Hot Dog on the Main Street of Thames, E.S.A.W., Auckland, 1990; Michelangelo Dreams, Puriri Press, Auckland, 1997;  Love Songs for the Dead, Puriri Press, Auckland, 1998; El Milagro de Medellín y otros poemas, Casa Nueva, Medellín, Colombia, 2002; Spirit Songs, Casa Nueva, Medellín, Colombia, 2004; Leaves of Light, Caza de Poesía, Los Ángeles, USA, 2005; Raukura, Editorial Lunes, San José, Costa Rica, 2006; Azul Amarillo, Cedma, Málaga, España, 2007; The Greek Letter, Neoismist Press, Christchurch, Nueva Zelanda, 2007; Planet Haiku, Casa Nueva, Wellington, Nueva Zelanda, 2008.

Espíritu universal; habitante del mundo, a la manera de Goethe, dice en el poema, La voz de Dostoyevski: Dostoyevsky me devuelve la vida. / Se aparece por todas partes / agitando la bandera, incitándome. / ¿De qué manera? No lo sé. / Algunas veces, escucho su voz / pero cuando lo busco, me evade. / Intenta coger su pluma / en medio de las estepas / congeladas, sus sabanas de invierno, / las calles bordeadas de árboles de San Petersburgo. / Después se queda en silencio, absorto, todo oídos: / como si por fuera de de sus profundidades / me escuchara también, incitándolo. / (…).

Ron Riddell es una voz cercana a nosotros, una voz que vino de lejos para cantar las calles de la ciudad, la vereda taciturna y fiestera donde nuestros hermanos lloran; vino de lejos para amar a Medellín.