lunes, 7 de julio de 2008

Columnas de Julio 2008

COLUMNAS DE JULIO 2008
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Letras al sol
Celso Román
La permanente sonrisa y la presencia fraternal de Celso Román, hacen pensar que su oficio es el de un vendedor, o tal vez el de un consagrado veterinario. Al conocerlo un poco, llegamos a una plena conclusión: es escritor
Iván de J. Guzmán López*
http://idejeguz.blogspot.com/ *iguzman2007@une.net.co
EL MUNDO, Medellín, Sábado , 5 de Julio de 2008 ver detalle
http://www.elmundo.com/sitio/noticia_detalle.php?idedicion=1042&idcuerpo=2&dscuerpo=La%20Metro&idseccion=18&dsseccion=La%20Movida&idnoticia=89022&imagen=&vl=1&r=la_movida.php?idedicion=1042


La sonrisa a flor de labio y su actitud generosa y comprensiva, seguramente son adquiridas por la costumbre de crear, trabajar, pensar y escribir sobre la tierra, las cosas elementales, los animales, la naturaleza, los hombres, y, especialmente, los niños. Las dos, sonrisa y generosidad, están compuestas de palabras tan cercanas como oso, páramo, abeja, neblina, miel, páramo, flor, poesía, frailejón, estrella, mar, casa, ventana, nevera, licuadora, montaña o juguete.
Celso Román nació en Bogotá, el 6 de noviembre de 1947; estudió Medicina veterinaria en la Universidad Nacional de Colombia y luego escultura, pero muy pronto se dedicó a la literatura. Sus primeros trabajos, generalmente cuentos cortos, aparecieron en los periódicos El Espectador, El Tiempo y las revista Arco y Teorema; empezó con éxito el duro camino de la literatura con una mención de honor en el concurso de poesía de la Universidad Jorge Tadeo Lozano por su libro Poemas de la vida cotidiana y otras vidas, al igual que el primer premio en el concurso de cuento de la Universidad del Tolima. Luego ganó el premio 90 años de El Espectador y el premio Enka de literatura infantil, con el libro Los amigos del hombre, en 1979. Su cuento, El hombre que soñaba, le valió el Premio Netzhualcoyotl, de México. En 1988, su libro Las cosas de la casa, obtuvo el premio de la Asociación Colombiana para la Literatura Infantil y Juvenil ACLIJ. En 1991, su libro De cerca y de lejos recibió el premio del Instituto Distrital de Cultura y Turismo de la Ciudad de Bogotá; en octubre de 1995 el conjunto de su obra recibió Mención de Honor de Premio José Martí, otorgado por la Fundación Iberoamericana para la creación para niños y jóvenes José Martí, con sede en Costa Rica; y en 1998, su libro El imperio de las Cinco Lunas recibió el Premio Latinoamericano de Literatura Juvenil Norma - Fundalectura.
Entre su producción, además de lo anterior, encontramos: Los animales domésticos y electrodomésticos, Calandaima, el país de más allá de la noche, Elías Hoisoi, El libro de las ciudades, Los animales fruteros, Claude Vericel, el amigo de los animales y Ezequiel Uricoechea, el niño que quería saberlo todo.
Congruente con su sentir, Elías Hoisoi es un juego de ternura, solidaridad y afecto, donde campo y ciudad se ven reflejadas en una realidad de dos caras, donde la naturaleza y el humanismo de la una, se van desdibujando tristemente en la frialdad de la otra: “Elías Hoisoi a veces encuentra la selva y todos sus habitantes en medio de la gran ciudad. Él quisiera vivir en una de esas casas que, a pesar de estar en un barrio, parecen casas campesinas, porque tienen abuelos que aman las plantas, las riegan, deshierban los canteros, podan las enredaderas y hablan a las flores: –Cómo está hoy de linda mi begonia, qué bella amaneció la rosa, qué perfumada la azalea...”.
En Los animales domésticos y electrodomésticos, La ternura de su pluma toca cosas aparentemente anodinas, exentas de poesía y ajenas a la literatura. Sobre El reloj de la pared, escribe: “Cuando todos duermen y cuando todos están despiertos, hay alguien que no cesa.
Cuando todos trabajan y cuando todos descansan, hay alguien que monta guardia. Marcha y marcha como un soldadito de corazón de cuarzo (antes lo tenían de rubí, con ruedas volantes, piñones y una mano que les daba cuerda). Suelta segundos, suelta minutos y suelta horas sin descansar, pegado a la pared como un cangrejo que remonta en altamar...”.
De El lavadero, expresa: “Abuelo de la lavadora, el viejo lavadero funciona todavía en muchas casas humildes y lo hace con la caricia de las manos y el cariño del agua. Su humedad favorece las plantas y casi siempre a su sombra hay materas de flores, o tarros sembrados con manzanilla y hierbabuena. Al lado de tanta agua siempre hay musgo y vienen las palomas y los pájaros a beber cuando el día se duerme en los patios después del almuerzo”.
Con Los animales fruteros recrea bellamente nuestras mejores frutas tropicales. Sobre La Uchuvera, escribe: “Es el oro de la tierra, puesto en un envoltorio para que podamos comerlo. Es la única forma de saborear la luz del sol con semillitas...”.
Y así, como en una larga caminata de ternura por las cosas simples, continúa con Las cosas de la casa, donde la belleza toca a los ladrillos, las tejas, las puertas, las chapas y las cerraduras, las ventanas, los tapetes y los bombillos...
En La noche de los juguetes, un rayo de luna se cuela por la ventana y da vida a los juguetes que encuentra en una mesa, como si despertaran de un largo sueño, tal como ocurre con Pinocho o Blanca Nieves. La magia de la literatura recorre los libros de Celso Román y lo sitúan en el pedestal de los grandes escritores de literatura infantil de Colombia.
En su relato, ¿Por qué hay osos que tienen anteojos?, se lee: Hubo un tiempo en que todos los osos que habitaban el planeta eran completamente negros.
Su piel era oscura como el carbón y parecía teñida de humo y de azabache. Eso les permitía pasar desapercibidos en medio de la penumbra de los grandes bosques. Durante la noche se escondían, disfrazados de oscuridad, de manera que sus ojos parecían dos luciérnagas más.
Cuando querían volverse completamente invisibles, simplemente los cerraban y era imposible encontrarlos.
A la literatura le resta algunos espacios para ejercer la escultura en bellas artes de la Universidad Pedagógica; la docencia en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y la Universidad Nacional y sus talleres de naturaleza ecológica y de preservación del medio ambiente, en diversas regiones del país.
La literatura infantil, de suyo difícil, tiene en Celso Román a un eximio cultor, y con cuerda para mucho rato, a decir de su técnica, su sonrisa fresca, la actitud generosa y el amor por los niños, los hombres y la madre natura.

domingo, 22 de junio de 2008

Columnas de Junio de 2008

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LETRAS AL SOL
Luis Fernando Macías, literatura y trabajo
Luis Fernando Macías Zuluaga hace parte de esa generación maravillosa de amigos que conocí durante mi estancia en el taller de escritores de la biblioteca pública piloto de Medellín, hacia los 80, que dirigía el Maestro Manuel Mejía Vallejo.
Iván de J. Guzmán López* http://idejeguz.blogspot.com/
EL MUNDO, Medellín. La movida . Junio 28, 2008 . ver detalle
http://www.elmundo.com/sitio/noticia_detalle.php?idedicion=1035&idcuerpo=2&dscuerpo=La%20Metro&idseccion=18&dsseccion=La%20Movida&idnoticia=88358&imagen=&vl=1&r=la_movida.php
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Era un espacio delicioso, de producción, camaradería y trato amable; el Maestro se mostraba paternal, sin dejar de lado la crítica y las recomendaciones; le gustaba que lo llamáramos Manuel, sencillamente. En alguna oportunidad, recuerdo, uno de los asistentes, levantando la mano, dijo:
–Don Manuel...
–Hombre, no me diga don Manuel, –respondió el Maestro–. Don Manuel se le dice a Tirofijo. Las risas no se hicieron esperar.
Así conocí amigos generosos como José Libardo Porras, Claire Levy de Holguín, la inolvidable doña Carmen Rosa de Barth y a Luis Fernando Macías Zuluaga, entre otros. Han pasado más de 20 años desde esa época maravillosa; 20 años que han forjado en Macías una vida productiva y abierta. Una vida que se podría titular (parodiando a Carlos Castro Saavedra), “Macías o el elogio de los oficios”. Así lo certifica la pasión que desborda cuando se entrega a sus oficios de escritor, poeta, editor o maestro. “Me apresuro a vivir”, como decía el poeta Mayakosvki, parece ser la consigna de Luis Fernando, cuando uno lo encuentra pletórico de ideas y de positivismo, siendo coherente con su poética, donde el tiempo es la existencia misma.
Nacido en Medellín el 15 de marzo de 1957, Luis Fernando Macías Zuluaga es Magíster en Filosofía y Licenciado en Educación, Español y Literatura de la Universidad de Antioquia y Especialista en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Medellín; fue miembro del comité de dirección de la revista Poesía, fundador de la Editorial El propio Bolsillo y director del Departamento de Publicaciones de la Universidad de Antioquia, Universidad donde hoy se desempeña como profesor de literatura.
Ha publicado novelas: Amada está lavando (1979), Ganzúa (1989), y Eugenia en la sombra (2003); libros de poesía: Vecinas (1988), Del barrio las vecinas (1988), Una leve mirada sobre el valle (1994), La línea del tiempo (1997), Los cantos de Isabel (2000), Memoria del pez (2002), y Cantar del retorno (2003). Los libros infantiles: La flor de lilolá (1986), La rana sin dientes (1988), Casa de bifloras (1991), y Alejandro y María (2000). Autor de 5 libros de ensayo: Diario de lectura I: Manuel Mejía Vallejo (1994), Diario de lectura II: El pensamiento estético en las obras de Fernando González (1997), Busca raíz (1999), El juego como método para la enseñanza de la literatura a niños y jóvenes (2003), y Glosario de referencias léxicas y culturales en la obra de León de Greiff (2007); 2 libros de cuentos: Los relatos de La Milagrosa (2000), Los guardianes inocentes (2004); y las antologías: El cuento es el rey de los maestros (2007), León de Greiff en el mítico país del sol sonoro (2007), Quien no lo adivina bien tonto es, La canción del barrio, y Los talleres de creación literaria, métodos, ejercicios y lecturas, en lo que va del año 2008.
La obra literaria de Macías no es ajena a la responsabilidad social y ética del escritor; por sus novelas pasan seres sin tiempo y sin futuro como Amada, la criada que lava... y que canta, tal vez para sentirse viva. Amada está lavando es el canto a una mujer sencilla, pero llena de vitalidad, que se alimenta con la riqueza de las múltiples sensaciones que le produce su pequeño mundo, aún desde la condena de su extrema humildad.
Amada va y viene, vive y plancha a espaldas del Estado, porque el Estado hace mucho que le dio la espalda. Amada canta, sin saber que el Estado necesita muchas Amadas, como ella, que no sepan ni su edad, no se acuerden de sus padres, no tengan historia y entreguen sus hijos al círculo de los no-futuro.
La obra de Macías acoge con cariño a Ganzúa y a Petróleo. Ganzúa, retrato de un adolescente criminal; es la copia del barrio, el descubrimiento de la banda, el despertar de la fuerza arrolladora del amor y el temprano cara a cara con la muerte en cualquier esquina, antes de cumplir 20 años. Ganzúa es la muerte de Petróleo, que en el barrio no vale nada (aunque en la bolsa se cotice a diario). Ganzúa es la tragedia diaria de millones de colombianos, jóvenes, la mayoría, para quienes la vida es un instante, una negación oficial de la vida.
Las novelas y los cuentos de Macías están dispuestos espléndidamente al bisturí de la sociocrítica. Al lado de El pelaito que no duró nada (1991), de Víctor Gaviria, y No nacimos pa´ semilla (1990), de Alonso Salazar, entre otros, se constituyen en una apuesta por visibilizar una cara dolorosa de la realidad Nacional, cara que la historiografía y las estadísticas oficiales se empeñan en ocultar.
Como en Ítaca, el poema de Borges (“Mirar la vida hecha de tiempo y agua...”), la obra poética de Luis Fernando Macías despliega sus velas, navega y ondea en el tiempo, en Cronos, en el océano semántico de la palabra tiempo. En el libro Cantar del retorno, su poema El tiempo de la vida, dice:
El tiempo de la vida,/reposado en el comienzo,/se hace corto y rápido:/paso de pájaro en la playa/agua de un río en pendiente de piedras./El tiempo del amor es nada,/de comienzo trepidante,/sólo se hace lento/cuando es ya la verdad./Llega y se va,/llega y se queda,/es todo el tiempo,/reposa en el olvido./El tiempo de la vida/se hace lento/cuando quiere/volver a la quietud./Lento, rápido, lento.../en la muerte se torna/un solo instante.
A lo ya señalado debemos sumar la importante labor de promoción de la lectura y la literatura que adelanta como director del aula taller del lenguaje en la “Casa del maestro”, mediante la cual se han beneficiado 1.800 educadores de la ciudad y dirigido varios concursos literarios. Larga vida y producción al discípulo del Maestro Manuel Mejía Vallejo.
* iguzman2007@une.net.co
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LETRAS AL SOL
Carlos Castro Saavedra poeta de viento y agua

Carlos Castro Saavedra supo madurar las palabras para encontrar poesía en cualquier recodo; su vida fue una paciente caminata de 65 años por la tierra, por las cosas, por el tiempo y por los hombres.
Iván de J. Guzmán López* http://idejeguz.blogspot.com/
EL MUNDO, Medellín, Sábado , 21 de Junio de 2008 Ver detalle


Su sonrisa y su sensibilidad eran la levadura que aplicaba para hornear la poesía. En su poema, Callémonos un rato, nos invita a dejar madurar las palabras, para encontrar su almendra; para comprender la esencia semántica, que constituye su existencia real:


Hemos hablado mucho, compatriotas, / ¿porqué no nos callamos / para que las palabra se maduren / en medio del silencio / y se vuelvan arroz, / cajas de pino, escobas, / duraznos y manteles? / Hacemos mucho ruido / y repetimos la palabra muerte / hasta que la matamos. / Decimos mucho corazón / y gastamos el fruto más hermoso del pecho. / Lo que importa es el río, / no su nombre. / Lo que interesa es pan / y no discursos / sobre las propiedades de la harina. / El mar es bello porque es mar / y no porque lo cantan los poetas, / y existirían piñas / aunque no se llamaran como llaman. / Bajo la tierra crece la semilla / porque el surco no habla / ni le pone adjetivos a la espiga. / Un hombre que se calla largamente / se convierte en camino, / y si guarda silencio su mujer / puede volverse viaje. / Callémonos un rato, / al menos para ver qué le sucede / a la palabra uva. / Es posible que crezca y se derrame / hasta llenar el mundo de dulzura / y cascadas de vino.

Carlos Castro Saavedra, cuyo nombre de pila es Carlos Benjamín Castro Saavedra, hijo de Eduardo Castro Jaramillo y María Saavedra Rengifo, nació el 11 de agosto de 1924 en Medellín. Poeta, prosista, periodista, pintor y antólogo, estudió en el colegio San Ignacio de Medellín y en el liceo de la Universidad de Antioquia. Colaborador desde joven en revistas y periódicos de la ciudad, publicó su primer libro, Fusiles y luceros, en 1946; Mi llanto y manolete, en 1947; 33 poemas, en 1949; Hojas de la patria, en 1950. Le siguieron: Camino de la patria (1951), Música de la calle (1952), Despierta joven América (1953), Escritura en el infierno (1953), Selección poética (1954), Donde canta la rana (1955), El buque de los enamorados (1957), entre 27 poemarios más, cerrando su producción con Poesía rescatada ( 1988) y La voz del viento (1989), libro en el cual la Universidad de Antioquia recogió una selección de sus columnas en diarios.



Su poética es una pedagogía del amor por la patria, por el padre y por la madre; en ella, el amor, la amistad, la paz, la justicia social y el hombre, son temas recurrentes, tratados con sencillez, frescura y pedagogía poética recogida en buena parte de su amigo, Pablo Neruda:

Te quiero así, mujer: sencillamente, / como quiere el pastor a sus ovejas, / el caminante a las encinas viejas / y el río matinal a su corriente.

Te amo como las casas a la gente / y como la colmena a las abejas, / y los ojos dormidos a las cejas / que vuelan en el cielo de la frente.

Voy a tu corazón como las olas / a los buques cargados de amapolas / y de maderas claras y sencillas.

Doy con tu beso al fin, con tu ternura, / como el río con toda la llanura / y la sed con el agua sin orillas.

Su poesía es sentimiento, fina sensibilidad, amor transparente por las cosas elementales:

Una extraña ternura me conmueve, / cuando veo la sal sobre la mesa, / cuando se vuelve dulce la tristeza, / cuando brilla la luna, cuando llueve.

Su religiosidad, contraria a los poetas místicos, está representada con fluidez y cargada de una dialéctica precisa:

Enséñanos, Señor, a amar la muerte, / a contemplarla como vida eterna, / como infinita protección materna, / como infierno que en cielo se convierte.(...).

Entre 1946 y 1986, recibió 10 premios que dan cuenta de su constante trabajo poético y su aporte a la cultura. No podemos dejar de lado su obra pictórica que suma, entre 1956 y 1987, 3 exposiciones; su novela Adán ceniza, 10 libros de prosa poética, 2 obras de teatro y 40 cuentos infantiles.

Castro Saavedra fue colaborador de varios periódicos, mediante columnas llenas de poesía, cotidianidad y temas cercanos al ciudadano de a pie, pero también al letrado.

El poeta murió en Medellín, el 3 de Abril de 1989. En uno de sus poemas, advertía:

Los muertos vuelven, vuelven con frecuencia / y cruzan invisibles y callados / por aquellos lugares desolados / en donde no se advierte su presencia.

Son la brisa, la luz, la transparencia / que los caballos miran asombrados, / y los astros lejanos y apagados / que casi se confunden con la ausencia. (…).

Sus hijos crearon la fundación Carlos Castro Saavedra para la promoción de la literatura y la memoria del poeta que hablaba y escribía con la naturalidad del viento y la transparencia del agua.
* iguzman2007@une.net.co

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Pablo Neruda dijo alguna vez que Veinte poemas de amor y una canción desesperada “es un libro doloroso y pastoril que contiene mis más atormentadas pasiones adolescentes, mezcladas con la naturaleza arrolladora del sur de mi patria.


Iván de J. Guzmán López* http://idejeguz.blogspot.com/
EL MUNDO, Medellín, Sábado , 14 de Junio de 2008 Ver detalle

Es un libro que amo porque a pesar de su aguda melancolía está presente en él el goce de la existencia. Me ayudaron a escribirlo un río y su desembocadura: el Río Imperial. Los Veinte Poemas... son el romance de Santiago, con las calles estudiantiles, la Universidad y el olor a madreselva del amor compartido. ¿Cómo se ha mantenido la frescura, el aroma vivo de estos versos durante todos estos años que fueron como siglos? Yo no puedo explicarlo... Por un milagro que no comprendo, este libro atormentado ha mostrado el camino de la felicidad a muchos seres. ¿Qué otro destino espera el poeta para su obra?”


En 1961 las ediciones autorizadas de Veinte poemas de amor y una canción desesperada completaron el millón de ejemplares, mostrándonos el camino de la felicidad. La misma felicidad y el mismo deslumbramiento de la época lejana de su afortunado descubrimiento. Desde entonces Neruda se ha instalado en el corazón de millones de personas en el mundo, ganado así la categoría de poeta universal.

Qué fácil es, para quien descubre a Neruda, recordar al menos un fragmento del Poema 15, que tanto le agradaba:


Me gustas cuando callas / porque estás como ausente, / y me oyes desde lejos, / y mi voz no te toca.


Parece que los ojos / se te hubieran volado / y parece que un beso / te cerrara la boca. (...).

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Nadie pone en duda la universalidad y la vigencia de Neruda, cuyo vasto universo poético ancla sus raíces en las experiencias e imágenes que subyacen en su infancia. En 1954, en una exaltada intervención en la Universidad de Chile, expresó con ese aire poético que jamás lo abandonaba: “No he hablado gran cosa de mi poesía. En realidad entiendo bien poco de esta materia. Por eso me voy andando con las presencias de mi infancia”.

En otra oportunidad, dijo: «Muchas veces me han preguntado cuándo escribí mi primer poema, cuándo nació en mí la poesía. Trataré de recordarlo... Muy atrás en mi infancia y habiendo apenas aprendido a escribir, sentí una vez una intensa emoción y tracé unas cuantas palabras semirrimadas, pero extrañas a mí, diferentes del lenguaje diario. Las puse en limpio en un papel, preso de una ansiedad profunda, de un sentimiento hasta entonces desconocido, especie de angustia y de tristeza… Era un poema dedicado a mi madre, es decir, a la que conocí por tal, a la angelical madrastra cuya suave sombra protegió toda mi infancia”.


«Mi padre se había casado / en segundas nupcias / con doña Trinidad Candia Marverde, / mi madrastra. / Me parece increíble / tener que dar este nombre / al ángel tutelar de mi infancia.


«Mi padre se había casado / en segundas nupcias / con doña Trinidad Candia Marverde, / mi madrastra. / Me parece increíble / tener que dar este nombre / al ángel tutelar de mi infancia.


Era diligente y dulce y tenía sentido / de humor campesino, / una bondad activa e infatigable». / Oh dulce mamadre / -nunca pude / decir madrastra- / ahora, / mi boca tiembla para definirte, / porque apenas / abrí el entendimiento / vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro, / la santidad más útil: / la del agua y la harina”.


En 1920 cursó sus estudios en el liceo de hombres de Temuco, hasta terminar el sexto año de humanidades. En 1919 obtuvo el tercer puesto en los Juegos florales de Maule y en 1920 empezó a colaborar con la revista literaria Selva Austral, bajo el seudónimo de Pablo Neruda, adoptado en homenaje al poeta checo Jan Neruda (1834-1891). En 1921 se radicó en Santiago de Chile y estudió pedagogía, allí obtuvo el primer premio de la fiesta de la primavera con el poema La canción de fiesta. En 1923, publicó Crepusculario, que es reconocido por escritores como Hernán Díaz Arrieta, Raúl Silva Castro y Pedro Prado; En 1924 apareció su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Le siguen El habitante y su esperanza, Anillos y Tentativa del hombre infinito (1926).

En 1927, inicia su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania; cónsul en Sri Lanca, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. Ese año aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.

En 1936, en Francia, conmovido por la Guerra Civil Española y el asesinato de García Lorca, comienza a escribir España en el corazón. En 1937 regresa a su patria, y su poesía da un giro hacia lo político y social. En 1939 es designado cónsul en París y luego en México, donde reescribe su Canto General de Chile (1950), al que le siguen: Los versos del capitán ( 1952), Todo el amor (1953), Las uvas y el viento( 1954), entre otros libros de poemas.

El poeta de América, el cantor del corazón, de la infancia, de la libertad, de las cosas elementales y del hombre universal, murió el 23 de septiembre de 1973 en Santiago de Chile, acompañado de un bello canto: Yo dormí bajo todas / las banderas / como bajo las ramas / de un solo bosque verde / y las estrellas eran / mis estrellas.

* iguzman2007@une.net.co

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La Cartilla Charry: Libro 1° de lectura

A la inveterada costumbre de husmear en bibliotecas y librerías; buscar entre libros de segunda y cultivar amistad con libreros y librovejeros, debo el hallazgo de verdaderos tesoros literarios. Entre ellos, la inefable Cartilla Charry, libro 1° de lectura, mediante la cual aprendí a leer.
Por Iván de J. Guzmán López*

EL MUNDO, Medellín, Junio 7, 2008 Ver detalle

Que grato es volver, de tarde en tarde, tras la huella de las cosas pasadas, a la patria de la niñez, a la adorada infancia. Cómo no cantar, al vaivén de la nostalgia, apartes de ese precioso poema de nombre “Infancia” que acuñó el corazón del poeta José Asunción Silva, en sus furtivos treinta y un años:

“Con el recuerdo vago de las cosas / que embellecen el tiempo y la distancia, / retornan a las almas cariñosas / cual bandadas de blancas mariposas, / los plácidos recuerdos de la infancia.

¡Caperucita, Barba azul, pequeños / liliputienses, Gulliver gigante, / que flotáis en las brumas de los sueños, / aquí tended las alas, / que yo con alegría / llamaré para haceros compañía / al Ratoncito Pérez y a Urdemalas!

¡Edad feliz! Seguir con vivos ojos / donde la idea brilla, / de la maestra la cansada mano, / sobre los grandes caracteres rojos de la rota cartilla, / donde el esbozo de un bosquejo vago, fruto de instantes de infantil despecho, / las separadas letras juntas puso / bajo la sombra de impasible techo”.

Quién puede olvidar su primer abecedario de besos; cómo ignorar las aladas, breves letras, mostrándonos la ruta de la vida. ¿Se puede apartar del corazón ese opúsculo que sabía a madre, que olía a mar, que brotaba pureza? Quién puede olvidar su primera cartilla –la Cartilla Charry, libro 1°–; su olor, su color y sus sonidos, me acompañan, y me acompañarán por siempre, en un escrito juguetón de Pombo, o en una afirmación severa de Kierkegaard, Cicerón o Nietzsche.

Las cartillas eran libros bellos, de tapas gruesas, bien encuadernados e impresos y con múltiples ilustraciones, tan iluminadas y tan íntimas, que tenían la virtud de poblar el corazón de ternura y la mente de letras que servían para escribir “papá”, y decir “mi mamá me mima” con un sonido especial, como el que tiene la lluvia cuando el corazón está contristado.

Eran libros –supongo que aún lo son– hechos con el amor de verdaderos artistas y buenos pedagogos que conocían a la perfección la psicología de los niños y se dirigían a su inteligencia, a su imaginación y a su sed de párvulos asomados al mundo.

Veo la Cartilla Charry, libro 1°, y evoco al instante catorce callejuelas y tres parques de un pueblo llamado Liborina; un sol inagotable y una casona hecha de barro, de juguetes y de risas que era mi escuela. Cómo se alegraría el corazón si tuviera la suficiente inteligencia para decir elogios de mi tierra natal y escribir cómo era de hermosa la escuela que nos abrazaba con ternura cuando éramos niños.

Y qué decir de la maestra –de la joven maestra que me tocó en suerte y que se llamaba Luz Ángela García–, cuando sus finos dedos abrían la cartilla, mientras sus grandes ojos atraían las letras, las palabras, y su voz les daba vida, en un prodigio de apenas segundos: i, iguana, iglesia; u, uva, uña; e, elefante; a, ala, avión; o, oso, ojo.

Ya en casa, la dulce madre se tornaba en maestra, y en sus rodillas firmes continuaba, en horas de indecible ternura y de incontables besos, la inolvidable lección que me llenaba el alma de palabras, de sueños y de colores.

La Cartilla Charry, libro 1° fue para mí como el primer diccionario para Gabo: “fue como asomarme al mundo entero por primera vez”.

A La voz dulce de Luz Ángela, le sucedió la mano paciente de Alberto Mendoza Ahumada; a la cartilla de primero le siguieron narraciones sencillas, llenas de magia y emoción, y autores sensibles que amaban la literatura: primero fueron los hermanos Grimm, luego Pombo; más tarde el descubrimiento luminoso de Andersen, como una eclosión de ternura y vida; después, Collodi, Carroll, Twain y Eduardo Caballero. Les siguieron Dickens, Oscar Wilde, Selma Lagerloff, Julio Verne, R.L. Stevenson, Henry James, Conan Doyle, Daniel Defoe, Kipling, Rousseau, Fernando González, Chateaubriand, Víctor Hugo, Rubén Darío, Neruda, Bécquer, Carranza, Aurelio Arturo, Romain Rollan, Dostoievski, Tolstoi, Goethe, Camus, Balzac, Proust y Gabo, entre muchos otros.

Nada como volver a la cartilla primera. Sencilla, hermosa, con ilustraciones tan bellas y palabras tan deslumbrantes que ningún escritor podrá jamás igualar: fue la ventana hecha de luz y de color, abriéndose en forma de palabras para leer el mundo. El mundo nuevo, de ficciones, dolores y alegrías, que desde 1966 -cuando aprendí a leer-, vivo con renovada alegría.

“¡Almas blancas, mejillas sonrosadas, cutis de níveo armiño, cabellera de oro, ojos vivos de plácidas miradas, cuán bello hacéis al inocente niño!” Cómo es de bueno recordarte, cartilla primera de lectura; tenerte de nuevo entre las manos, frente a los ojos, que no se cansan de hacer lo que tanto me enseñaste: leer.

Cuánta razón tenía Borges cuando dijo: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro, porque es una extensión de la memoria y de la imaginación”; yo agregaría: y del corazón.

* iguzman2007@une.net.co













jueves, 12 de junio de 2008

Columnas de Mayo de 2008

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LETRAS AL SOL
Raúl Gómez Jattin
Asiduo visitante de hospitales y de cárceles; de pueblos y de valles; de ríos y ciudades, finalmente se estableció en su poesía, —que es como una representación de su alma—, a la que le venía huyendo hacía ya bastante tiempo. Ver detalle
Iván de J. Guzmán López* http://idejeguz.blogspot.com/
EL MUNDO, Medellín, Sábado , 31 de Mayo de 2008 http://www.elmundo.com/sitioweb/noticia_detalle.php?idcuerpo=2&dscuerpo=La%20Metro&idseccion=18&dsseccion=La%20Movida&idnoticia=85916&dsnoticia=Raúl%20Gómez%20Jattin&imagen=&vl=1&r=buscador.php
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Aunque muchos, metidos en sus cuadrículas y en sus mentes almidonadas quieran verlo y presentarlo como un simple extravío, como un “poeta maldito” con investidura costeña y sangre sirio-libanesa, tenemos que reconocer que no es un simple accidente del espíritu, ni del tiempo, ni del trópico. Se trata de un paisaje que habla, de una llanura que canta, de un río (Sinú) que pasa incansablemente trayendo metáforas doradas de sol, de amor y de dolor. Y que florecían en su “corazón de mango”. Se trata del poeta Raúl Gómez Jattin.


Raúl del Cristi Gómez Jattin, nació en Cartagena el 31 de mayo de 1945, pero vivió (¿acumuló?) su infancia en el valle del río Sinú, en Cereté; esa infancia que es la patria del hombre, en especial, la patria del poeta, según lo expresó hace ya tiempo un bardo aventajado. Su padre se llamaba Joaquín Pablo Gómez Reynero, un abogado “respetable”; Su madre, Lola Jattin, nacida en Colombia de padre libanés y madre siria. Hizo sus estudios primarios en Cereté, Montería, Pamplona y Cartagena. Al terminar su bachillerato en el Colegio La Esperanza de Cartagena, a los 19 años, regresó a Cereté en donde fue profesor de bachillerato, dictando asignaturas como Geografía e Historia.

En 1966, de 21 años, pletórico de ilusiones, partió hacia Bogotá con la idea de estudiar derecho en la Universidad Externado de Colombia, para terminar dedicado casi de tiempo completo al teatro. Participó como actor en varios montajes e hizo adaptaciones de las obras de Eurípides, Aristófanes y Lorca, que se publicaron en la revista literaria Puesto de Combate, fundada en 1972 por Milciades Arévalo, donde, además, se dieron a conocer Efraím Medina Reyes y Triunfo Arciniegas.
A su regreso de 8 años de estancia en Bogotá y sin terminar la carrera de derecho, recaló en Cereté durante 2 años. La muerte de su padre lo devolvió a Bogotá donde continuó con su labor teatral. Al poco tiempo retornó a Cereté para vivir una errancia permanente por calles y clínicas psiquiátricas; fue entonces cuando comenzó a escribir poesía. En 1989 regresó a Cartagena donde se hace habitante de calles, parques, cárceles y clínicas de psiquiatría hasta su muerte, ocurrida la mañana del 22 de mayo de 1997. Si el poeta no se suicidó arrojándose a las ruedas de esa fantasmagórica buseta en Cartagena de Indias, como lo dicen las crónicas, seguramente su atención estaba puesta en unos versos que decían:
Yo te sé de memoria Dama enlutada / Señora de mi noche / Verdugo de mi día. / En ti están las fuentes de mi melancolía / Y del fervor de estos versos.

Lenguaje de nostalgias, de días, de noches, de abuela, de madre, de padre, de esencias y de cosas nimias, es su poesía, como en un ejercicio de fertilidad (de maternidad), agotador e increpante:
Más allá de la noche que titila en la infancia / Más allá incluso de mi primer recuerdo / Está Lola -mi madre- frente a un escaparate
empolvándose el rostro y arreglándose el pelo / Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte / y está enamorada de Joaquín Pablo -mi viejo- / No sabe que en su vientre me oculto para cuando necesite / su fuerte vida la fuerza de la mía / Más allá de estas lágrimas que corren en mi cara / de su dolor inmenso como una puñalada / está Lola -la muerta- aún vibrante y viva / sentada en un balcón mirando los luceros….

Un poema, doloroso, amoroso, introspectivo, de nombre Desencuentros, hermosea la producción del poeta:
Ah desdichados padres / Cuánto desengaño trajo a su noble vejez / el hijo menor / el más inteligente. / En vez de abogado respetable / un marihuano conocido. / En vez de esposo amante / un solterón precavido / En vez de hijos / unos menesterosos poemas / ¿Qué pecado tremendo está purgando / ese honrado par de viejos? / ¿Innombrable? / Lo cierto es que el padre le habló en su niñez de libertad / De que Honoré de Balzac era un hombre notable.
La poesía de Raúl Gómez Jattin, como lo advierte William Ospina, renuncia a la rigidez, al excesivo formalismo, a la elocuencia retórica poco expresiva de nuestra poesía. La costa, ese territorio fantástico, con pasaporte universal a partir de la poética del Tuerto López y las obras de Gabo, Cepeda Samudio, Rojas Herazo, Marvel Moreno, Germán Espinosa, Oscar Collazos, Roberto Burgos..., se encuentra viva en Retratos (1980-1983), Amanecer en el valle del Sinú (1983-1986), Del amor (1982-1987), Hijos del tiempo (1990) y Esplendor de la mariposa (1993), cosecha del poeta cartagenero donde desbordan hamacas, mangos, babillas, lagos y ballenatos.
A sólo 10 años de la muerte del poeta Raúl Gómez Jattin, se celebran sus poemas y se “maquilla” su rostro y su imagen se “sacude” para bien de la poesía, como ocurrió con Silva, o con Barba Jacob, o con Gonzalo Arango, o con Rimbaud o con Baudelaire. “Y lo que mientras vivía producía espanto, su afición a las drogas, su locura, su poesía transgresora, pasaron a ser vistos con comprensión y hasta cierta fascinación. Ahora su retrato cuelga en las paredes del bello patio de la Casa de Poesía Silva de Bogotá y la Casa de la cultura de Cereté, casi su pueblo, se llama Raúl Gómez Jattin”. Para algo ha de servir la muerte al poeta, llámese como se llame.
* iguzman2007@une.net.co
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Algo más sobre RGJ: http://www.revistanumero.com/25jattin.htm
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Letras al sol

En 1952, haciendo acopio magistral de la tensión y la síntesis, dos de los elementos fundamentales del cuento, el mundo literario se sorprende con un relato breve, de no más de cien páginas, con el cual el escritor norteamericano Ernest Hemingway adquiere plena madurez literaria y categoría de narrador clásico.
Iván de J. Guzmán López - http://idejeguz.blogspot.com - iguzman2007@une.net.co
EL MUNDO, Medellín, Colombia . Sábado , 24 de Mayo de 2008

http://www.elmundo.com/sitioweb/noticia_detalle.php?idcuerpo=2&dscuerpo=La%20Metro&idseccion=18&dsseccion=La%20Movida&idnoticia=85394&dsnoticia=Ernest%20Hemingway,%20La%20vida%20como%20aventura&imagen=&vl=1&r=buscador.php

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El viejo y el mar, que así se llama la historia, habla de Santiago, un viejo pescador de La Habana (Cuba) que completa ochenta y cuatro días sin lograr ni un sólo pez. Su soledad, en medio de un mar que le parece más hostil que nunca, sólo es llevadera por la compañía de un muchacho, su mejor amigo, que al cabo de cuarenta días debe regresar a la costa. El sentimiento de hastío y de derrota lo hace regresar a la playa; pero luego, acompañado del compasivo y fiel amigo, se hace nuevamente a la mar. Al poco tiempo, ya alejado de la costa, ¡un pez muerde el anzuelo! Era el pez más grande que había visto en su larga y dura existencia. Se trata de un hermoso pez espada, más grande aún que su propia embarcación. Empieza entonces una batalla desigual entre un viejo cansado y un animal extraordinario que lo lleva mar adentro. La determinación, el coraje y las fuerzas de un espíritu templado por la vida, ganan la batalla al pez que, como un gigantesco trofeo, es atado a un costado del bote. Contemplando las imágenes borrosas de la ciudad, advierte la presencia de los tiburones que, ante su inútil resistencia, devoran por completo a su gran pez espada; sólo la cabeza, el esqueleto y la cola dan cuenta de su descomunal batalla. Ya en la playa, el viejo se extiende en toda su pobreza, pero un muchacho comprensivo y una comunidad de curtidos pescadores reconocen la grandeza del viejo pescador y le devuelven en algo la alegría y el honor que creía perdidos.
Ernest Miller Hemingway Hall, autor de El viejo y el mar, nació el 21 de julio de 1899 en Oak Park, un suburbio de Chicago, en cuyo instituto hizo sus primeros estudios. Desde muy joven se aficionó al deporte y a la caza aunque su padre, que era médico (y con quien mantuvo una relación conflictiva hasta su suicido, ocurrido en 1928), quería que fuera médico, como él; su madre, Grace Hall, por su parte, deseaba que fuera músico y lo obligaba a practicar en el violoncelo por largas horas, durante las cuales -según declaró a uno de sus biógrafos-, por el sólo hecho de «permanecer sentado pensando», se desarrolló en él su vocación de escritor.
Al terminar sus estudios secundarios, en 1917, se negó a ingresar a la universidad y empezó a trabajar en el rotativo Kansas City Star; pero su espíritu de aventura lo llevó a inscribirse como voluntario en la Primera Guerra Mundial como conductor de ambulancia de la Cruz Roja, en el frente italiano, donde resultó herido de gravedad poco antes de cumplir diecinueve años. De regreso a los Estados Unidos, en 1919, se casó con una amiga de infancia. Terminada la guerra fue corresponsal del Toronto Star hasta que se radicó en París, donde los escritores exiliados Ezra Pound y Gertrude Stein le animaron a escribir obras literarias. Hemingway le leía a Gertrude Stein todo cuanto escribía. Ella fue la madrina de su primer libro y de su primer hijo, John Hadley.
En 1927, de regreso a su país, se casó por segunda vez y compró una casa en Cayo Hueso (Florida), desde entonces su lugar de trabajo, pesca y descanso. Regresó a España como corresponsal de la Guerra Civil; En la Segunda Guerra Mundial, como reportero del Ejército de Estados Unidos, sin ser soldado, participó en varias batallas. Después de la guerra se radicó en La Habana (donde escribió El viejo y el mar) y, en 1958, en Ketchum, Idahao.
Hemingway es uno de los escritores más relevantes de la época entre las dos guerras mundiales; sus vivencias de guerra y experiencias de pescador, cazador y aficionado a las corridas de toros fueron fundamentales a la hora de narrar sus cuentos y novelas, caracterizadas por diálogos nítidos, frescos y lacónicos y por una descripción emocional sugerente. Muchos de sus libros son considerados clásicos de la literatura en lengua inglesa y modelos de producción de un novelista moderno, encarnado en su aventura personal, en la que obra y vida se confunden y en la que descansa su frondosa leyenda.
Su obra puede glosarse así:
Tres relatos y diez poemas(1923), En nuestro tiempo (1924), Hombres sin mujeres (1927), donde se incluye su famoso cuento Los asesinos; El que gana no se lleva nada (1933), Fiesta (1926); Adiós a las armas (1929), una de las más grandes novelas del siglo, donde el héroe abandona el campo de batalla para reunirse con su amada; Muerte en la tarde (1932), Las verdes colinas de África (1935), Tener y no tener (1937), Por quién doblan las campanas (1940), Hombres en guerra (1942), Al otro lado del río y entre los árboles (1950) y El viejo y el mar (1952).
En 1954 recibió el premio Nobel de Literatura. Su vida aventurera lo acercó a la muerte: en la Guerra Civil española cuando estallaron bombas en la habitación de su hotel, en la Segunda Guerra Mundial al chocar con un taxi durante los apagones de guerra, y en 1954 cuando su avión se estrelló en África. Esta, la esquiva muerte, la que había visto en tantos campos de batalla y en tantas aventuras, se presentó en Ketchum el 2 de julio de 1961, cuando se disparó un tiro con su infalible escopeta de cazador, poniendo punto final a su vida y a su aventura de escasos sesenta y un años.

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Desde nuestra niñez hemos gozado con los cuentos, crónicas y estampas del manizalita Rafael Arango Villegas, fiel intérprete de las costumbres, la sicología y las formas de expresión de la raza antioqueña. Igual cosa podemos expresar de don Agustín Jaramillo Londoño, cuyo famoso Testamento del paisa reúne la extensa gama de la demosofía colombiana, en especial, ¡cómo no!, de la otrora denominada Antioquia la grande. Ver detalle
Iván de J. Guzmán López* http://idejeguz.blogspot.com/
EL MUNDO, Medellín, Mayo 17, 2008
http://www.elmundo.com/sitioweb/noticia_detalle.php?idcuerpo=2&dscuerpo=La%20Metro&idseccion=18&dsseccion=La%20Movida&idnoticia=84749&dsnoticia=Historias%20de%20la%20Arriería%20en%20Antioquia&imagen=&vl=1&r=buscador.php
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Este par de maestros del Folklor colombiano recorrieron, palmo a palmo, la geografía nacional para escuchar de labios del pueblo -como lo hicieran en su tiempo los hermanos Jacobo y Guillermo Grimm-, miles de historias, consejas y leyendas, representadas en exageraciones, cuentos, refranes, agüeros, supersticiones cancioneros, coplas y poesías que luego vertieron en preciosas obras de no poca altura literaria, las mismas que hoy se han convertidas en verdaderos clásicos de nuestro folklor y de obligada lectura en el hogar, la escuela o la universidad.

En Historias de la arriería en Antioquia, su autor, Álvaro Fernández A. se circunscribe con sobrada guasa y oficio de investigador, poeta y escritor, al asunto de la arriería en Antioquia.
Sobre el tema, en la página 14, apunta, trayendo a la memoria el texto Los arrieros de Antioquia, del folklorólogo Arturo Escobar Uribe: “La arriería fue en su tiempo, más que una institución, una hermandad a la cual se pertenecía por derecho de capacidad, de valor o de progenitura. El arriero y la mula son los símbolos del pasado de Antioquia; ellos, confundidos en el constante trasegar por las difíciles trochas que seguían el accidentado espinazo de las montañas, bordeaban ríos o cañadas en vertiginosas curvaturas, en donde más de una vez mulas y arrieros, tragados por los barriales o absorbidos por los abismos, juntos rodaban en turega, llevando consigo, las más de las veces, las campanas de la iglesia de nuestros pueblos que ya empezaban a surgir con pujos de aldea, acurrucados entre las arrugas de la montaña y pegaditos a ella como el pezón promisorio de la madre común”.
Más adelante, en la página 40, anota el escritor: “La arriería fue el medio principal de transporte de la colonización de Antioquia. Vale la pena mencionar las diferentes formas de arriería a través de los caminos de pueblo a pueblo, el mercado de los grandes comerciantes hacia el sur del país, hacia la zona minera del Nordeste y el camino a Juntas e Islas en el Magdalena Medio. La carga se discrimina en redonda, larga o servicio de turega. La carga redonda es normalmente bultos… de frijol, maíz, panela o café; es la que más se acostumbra en este oficio. La carga larga es generalmente la madera de aserrío para la construcción de viviendas, corrales de vareta en las fincas o estacones para alambrar los linderos o dividir potreros. Para este tipo de carga, las enjalmas deben de llevar una cubierta de cuero de res, llamada garra, especial para amarrar la madera y proteger la misma enjalma y las ancas de la mula.
La turega es una modalidad de arriería de mucha importancia para mover carga voluminosa y pesada, difícil de amarrar. Elementos como máquinas de coser, pianos y órganos para iglesia, pianos de cantina, campanas de iglesia, molinos y todo lo que fuera carga difícil, exigía la turega. Se trataba de dos mulas, una tras otra llevando dos vigas resistentes a lado y lado; entre mula y mula queda un espacio donde se lleva la carga; generalmente deben ir dos arrieros por turega, para facilidad de cargue, descargue y requinte en el camino”.
Álvaro Fernández A., nació en Ciudad Bolívar, cuna de la arriería paisa; se crió y educó en Cisneros, Jericó y Medellín; como buen antioqueño, ha sido artesano, comerciante, profesor, dibujante, pintor, poeta y escritor. El óleo que ilustra bellamente la carátula de su libro, es de su caletre, al igual que las 49 pertinentes ilustraciones interiores que en plumilla dan vida a los textos.
Su libro, pulcramente impreso por la Editorial Manuel Arroyave, presenta al autor en su vena poética, tratando temas con singular dominio como la jornada del arriero, su estampa y sus interminables marchas. Por sus páginas desfilan en forma amena historias de arrieros famosos, descripciones fieles y completas del atuendo, las costumbres y los mitos, lo mismo que sus leyendas y consejas; las historias de amor y despecho tienen sitio especial, y las toldas, fondas y posadas, al igual que los elementos fundamentales en el oficio como el aguardiente, el tiple y la trova; el poncho, la mulera y el sombrero; la jícara, la ruana y las cotizas; el tabaco, el yesquero y la navaja, encuentran su espacio preciso.
La importancia capital que tuvo la arriería en Antioquia está bien documentada en la página 49, cuando dice: “es muy importante traer a la memoria algunos nombres de personajes célebres que mucho debieron a la arriería…como don Alejandro Ángel, don Pedro Jaramillo, el doctor Juan Antonio Toro Uribe, don Coroliano Amador y don Pepe Sierra”.
El libro es no sólo un canto a la gesta de la arriería antioqueña; es también un homenaje a paisas emblemáticos como Rodrigo Correa Palacio o Luis Fernando Solórzano, que ya se fueron, pero que en vida buscaron y cantaron con orgullo las gestas maravillosas de nuestros queridos ancestros.
*iguzman2007@une.net.co
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LETRAS AL SOL
Poemas selectos Emily Dickinson
Auspiciado por la rectoría del Alma Mater y con el sello editorial Universidad de Antioquia, salió a la luz, en noviembre de 2006, el libro bilingüe Poemas Selectos de Emily Dickinson , http://www.editorialudea.com/novedades/poemasselectos.html cuyo cuerpo está compuesto por 60 breves y hermosos poemas, seleccionados por Elkin Restrepo y traducidos al español por el poeta José Manuel Arango, cuya fina sensibilidad lo ha convertido en fiel interprete de los arcanos sempiternos de la poetisa de Massachussets. Ver detalle
Iván de J. Guzmán López* http://idejeguz.blogspot.com * iguzman2007@une.net.co
EL MUNDO, Medellín, Colombia. Mayo 10, 2008
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La cubierta , diseñada por Sandra María Arango, nos presenta en la parte superior de un amplio fondo blanco a un cervatillo que con sumisión y algo de nerviosismo, expresados en los ojos y en la disposición de las orejas, bebe agua de una charca límpida y fresca. Más abajo dice, Poemas selectos, Emily Dickinson, y al pie de dicha cubierta se lee: Versiones de José Manuel Arango.
La portada en su conjunto es una hermosa y a la vez sencilla puerta de entrada a un libro pequeño, pulcro y bien editado, cuyas primeras 16 páginas corresponden a un longo y atinado prólogo de Juan José Hoyos, lleno de autoridad para ello como buen periodista y delicioso cronista que es. Vicky Paz, por su parte, agregó a la belleza del libro, cuatro preciosas ilustraciones que contribuyen a hacer de la obrilla, un conjunto estético incomparablemente bello, agradable a los sentidos y a la formación estética del lector.
Emily Elizabeth Dickinson nació el 10 de diciembre de 1830 en Amherst, Massachussets, Estados Unidos. Hija de una pareja puritana, a la usanza de los inmigrantes de Nueva Inglaterra, entre quienes se cuenta su abuelo Samuel Fowler Dickinson, fundador de la Universidad de Amherst. Su padre era el abogado y político Edward Dickinson; su madre se llamaba Emily Norcross.
En 1840 asistió a la Amherst Academy; a los 17 años, en 1847, ingresó al Seminario femenino Mount Holyoke, donde permaneció una breve temporada. Aunque evitaba los encuentros sociales, es necesario citar entre sus amigos cercanos a Benjamín Newton, abogado y secretario de su padre, quien estimuló su trabajo literario; a Thomas W. Higginson, que se convirtió en su consejero literario; al reverendo Charles Wadsworth, inspirador de muchos de sus poemas a quien Emily llamaba su “amigo terrenal más querido”, y a Susan Hungtinton Gilber, hacedora de versos, y casada con su hermano Austin.
Sensible y tímida, dejó transcurrir su existencia en su pueblo, recluida en casa y casi sin salir de su habitación. Leía especialmente La Biblia, la obra de William Shakespeare, al poeta John Keats y a las hermanas Brönte (recordemos a Emily Brönte, con su novela Cumbres borrascosas). El hogar fue el crisol de su poesía delicada, apasionada, que ha puesto su nombre en el mosaico donde aparecen Edgar Allan Poe, Walt Whitman y Ralph Waldo Emerson.
Parece que la inmortalidad que alguna vez vislumbró Emily Dickinson en su pequeño pueblo, más concretamente en su casa, —refugio inefable de su vida y de su corazón, donde sus padres y su mundo poético lo eran todo—, se hace ahora, a ciento veintidós años de su muerte, más evidente que nunca. Los tres o cuatro poemas que publicó en su vida, más por la urgencia y la valoración de unos pocos amigos, hablaban ya de una gran poetisa, llena de campos semánticos y embriaguez lírica.
Sólo ella sabía de la trascendencia de sus “boletines de la inmortalidad”, cuadernos cosidos por sus pequeñas manos, y que iba depositando en su mítico baúl, convertido en depositario de un tesoro que, andando el tiempo, y sólo después de su muerte, su querida hermana Lavinia enseñaría al mundo. En 1890 se publicó una primera selección de poemas extraídos del enantes citado baúl. En 1891 y 1896, tras el éxito rotundo de la primera publicación, se hicieron dos ediciones más. En 1955, la Universidad de Harvard, albacea de su obra, publicó los 1.775 poemas originales encontrados en los cuadernos.
El clásico “pinta tu aldea y pintarás el universo”, tan propio de los Maestros rusos y tan oportuno para definir a don Tomás carrasquilla, cobra vigencia en el primer poema del libro:
Las mañanas son ahora más suaves. / Se van volviendo pardas las nueces. / No está la rosa ya y los carrillos / de las bayas se ven más regordetes.
El arce lleva una bufanda más festiva / y un vestido escarlata el campo. / Para estar a la moda de la estación, / también yo me pondré algún adorno.
En el siguiente poema, plétora de esencialidades, expresa:
Es todo lo que hoy tengo / para traer. Esto y mi corazón. / Esto y mi corazón, todos los campos / y las vastas praderas. / Lleva la cuenta: si se me olvidara, / alguien podría hacer la suma. / Esto y mi corazón y las abejas / que habitan en el trébol.
En un poema con dolor y olor a epitafio, dice:
Nadie conoce esta menuda rosa. / Quizá una peregrina fuera, / si no la hubiera alzado yo del camino / para traértela. / Sólo una abeja notará su falta, / sólo una mariposa / que viene de muy lejos / a posarse en su seno. / Sólo preguntará por ella un pájaro, / sólo sollozará una brisa. / ¡Qué sencillo, pequeña rosa, / es para ti morir!
El libro, que aún hoy tiene olor a reseda, es, a no dudarlo, un merecido homenaje de la Universidad para Emily Elizabeth Dickinson, cuando, en 2006, año de su publicación, se cumplían 120 años de su desaparición, ocurrida el 15 de mayo de 1886, a causa de la nefritis crónica, a la temprana edad de 56 años.
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Portal de IVÁN DE JESÚS GUZMÁN LÓPEZ
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Columnas de Enero y Febrero 2008
http://idejeguz-coles.blogspot.com/2008/01/toms-carrasquilla-150-aos-de-su.html.
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COLUMNAS DE MARZO Y ABRIL 2008
http://idejeguz-coles.blogspot.com/2008/03/columnas-marzo-y-abril-2008.html---
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COLUMNAS DEMAYO Y JUNIO 2008
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LETRAS AL SOL
Los abuelos cuentan
Hay una palabra que siempre está presente cuando se habla de los abuelos. Esa palabra es: evocación. Y es, ¡cómo no!, una dulce evocación porque con ellos llegamos, necesariamente, a la patria de los niños; es decir, a la infancia.
EL MUNDO , Medellín, Sábado , 3 de Mayo de 2008 Ver detalle
Iván de J. Guzmán López* * iguzman2007@une.net.co .
http://www.elmundo.com/sitioweb/noticia_detalle.php?idcuerpo=2&dscuerpo=La%20Metro&idseccion=54&dsseccion=Primera%20Página&idnoticia=83536&dsnoticia=Los%20abuelos%20cuentan&imagen=&vl=1&r=buscador.php

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La literatura está llena de dulces abuelos; viejecitos tiernos que han acompañado los sueños de millones de personas en el mundo: Cervantes escoge, precisamente, a un anciano, don Alonso de Quijano para llevar a cabo la aventura más hermosa e ideal que nunca ser humano haya realizado, y que no es otra que la que se narra en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Carmen Laforet, más cercana en el tiempo, toma a la abuela en Nada como el personaje que intenta recomponer los pedazos destrozados de su casa. José Luis Sampedro, en La sonrisa etrusca, realiza un homenaje brillante y tierno a la ancianidad; en El cuento interrumpido (1983), de Pilar Mateos, Virilo, un viejo pastor analfabeto de más de 70 años, deja su pueblo, en el que ha vivido toda la vida, para ir a casa de su hija y ayudarla en la crianza de Nicolás, el nieto. Entre Virilo y Nicolás, día a día, va fraguándose una relación afectiva basada en el cariño y el respeto.
En La tierra del sol y la luna (1984), novela histórica y bellísima de la española Concha López Narváez, es el abuelo, Diego Díaz, quien ejerce su papel de cronista. Él es la memoria de los hechos pasados y del dolor de lo que fue y que, por desgracia, volverá a ser. Jordi Sierra i Fabra también escribe sobre abuelos. Para este catalán, más conocido en nuestro medio, el anciano es una presencia recurrente. Es quien aporta cordura, un punto de serenidad, la experiencia, quien pone las cosas en su sitio y el que, en suma, sabe ver más allá que los demás porque ha vivido mucho.
Y así podríamos enumerar a la abuela Jacinta, en Con los ojos cerrados (1997), de Alfredo Gómez Cerdá, o a la abuela meditabunda de Los maderos de San Juan, de José asunción Silva, o al bondadoso viejo de La estrella deseada, de Hernando García Mejía. También mis abuelos edificaron mis sueños, forjaron mi juventud y mi visión del mundo:
La abuela fue, para este cronista, durante los largos períodos de las vacaciones escolares de antaño, el refugio azul que solucionaba todas las inquietudes, tristezas y necesidades infantiles; su regazo, y sus manos tibias, estrechaban con frecuencia mi cara de párvulo afligido; de su boca escuchaba historias de seres fantásticos que poblaron su propia infancia y su juventud y recorrieron las tierras de su padre, el bisabuelo Maximiliano.
El abuelo era un viejo hermoso, como el gran Whitman, de dos metros de estatura y una fuerza descomunal y unas manos grandes, toscas, pero cercanas a la ternura. Con él mi infancia tuvo días muy buenos (el poeta argentino Horacio Rega Molina, dice, en su poema Balada de un domingo por la tarde: “Mi infancia no tuvo sino días malos”) y en no pocas ocasiones fui su lazarillo, orgulloso del respeto y la confianza que inspiraba su presencia y sus palabras y si figura patriarcal.
En muchos libros encontramos abuelos que tienen una tarea importante: son la voz del pasado, la experiencia, son la sabiduría, el recuerdo de lo que no debe hacerse, el aviso oportuno de lo que fue y no puede repetirse; pero por sobre todo son esa voz del tiempo y del espacio y del corazón, que viene como un eco lejano para darnos a conocer otra época y hacernos entender que el futuro sólo lo podremos construir si sabemos de nuestro pasado.
Uno de los textos más fieles, vastos y agradables que conozco en este aspecto es el libro Los abuelos cuentan, historias cribadas bella y respetuosamente en dos volúmenes. En él están consignadas las memorias del Festival del recuerdo Comfama, que con profesionalismo sin par, casi con devoción, llevó a cabo el buen promotor cultural y director de teatro Henry Cardona Mesa, de quien conservo su recuerdo amigo y enaltecedor.
Eran sápidas tertulias llenas de fraternidad, amor y respeto por los abuelos, que se hicieron en las sedes de Comfama entre los años 1984 y 1989. Allí, abuelos y abuelas de todas las latitudes de Antioquia, sin distingo de raza, credo o condición social, compartían sus experiencias de vida, los avatares del corazón y las tonadas, las canciones, los poemas, las historias y las aventuras que les tocó en suerte vivir.
Son dos volúmenes pulcramente editados por el Departamento de cultura Comfama, con la lógica anuencia de la Dirección; bien diseñados y perfectamente legibles, reúnen 405 historias narradas con sencillez y escritas con arreglo a las normas del bien escribir y el respeto por el idioma. Para deleite de muchos, en la página 151, del volumen 2, disfrutemos de la crónica Señora que se casó “ya vieja”. Dice así:
“Yo me casé ya vieja, de veintinueve años, hasta creí que me iba a quedar solterona. Tuve ocho novios y me vine a casar con el último, que me salió todo queridito; tres novios que tuve antes me llevaron serenata, pero este último, que es más simple que una agua de salvia, no llevó nada. De las serenatas de los otros tres me acuerdo de esa emoción que le da a uno escuchar esas canciones tal lindas: Tengo una novia en la tierra, Despierta, Siete besos y otras que no recuerdo, porque fueron tres, ya uno no se acuerda de todo. (…)”
En una sociedad que subvalora a los abuelos, qué refrescante es saber que en Comfama, definitivamente, los abuelos cuentan.

lunes, 3 de marzo de 2008

COLUMNAS MARZO y ABRIL 2008



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COLUMNAS DE
MARZO Y ABRIL 2008
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Letras al sol
El Contrasueño de Carlos Sánchez Ocampo
Para quienes disfrutamos del raro placer de recorrer el Centro, como un ejercicio de encuentro con la ciudad y con uno mismo, se ha vuelto común —aunque nunca aceptable— encontrar las calles hechas un basural y un mar de indigentes (que no de desechables, como los nombra el odioso término acuñado hacia los años 90).
Iván de J. Guzmán López , * iguzman2007@une.net.co , http://idejeguz.blogspot.com/
EL MUNDO, Medellín Sábado , 26 de Abril de 2008
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Son calles apocadas (por ejemplo, la calle Colombia, hasta las seis o siete de la mañana), con tendales sobrecogedores de indigentes; son “dormitorios” extensos donde la desolación humana (sí señores, humana) se cubre con cartón o mantas raídas y sucias, que la gente mira indiferente o (más bien) ajena al drama. Así, la ciudad muestra su más triste cara de desolación y de pobreza; la ciudad parece entonces una ciudad en guerra, o víctima de una rara enfermedad, digna de las novelas de Alberto Moravia o de Knut Hamsun, el inolvidable autor de Pan, Hambre, victoria, o Vagabundos.
“La calle ha ido perdiendo colores como cuando se aproxima la noche. Estoy sentado en mi trozo de acera enfrentado a la muerte y a sus aterradores poderes, pero no tengo miedo. Resisto solo, desgajado de todo afecto que no sea el ramalazo de compasión de algún transeúnte. Resisto agarrado a mi piel que es bandera contra el desahucio. Piel mía, girón de piel, hermanita… ¿Qué hora será? Es raro que me interese por el tiempo. No lo necesito para nada. Yo no vivo con los días jueves o viernes, ni sobre ellos, ni por ellos. El tiempo ya no me interesa para nada. Lo que siento importante para mí son estos dos palmos de acera donde defiendo mi vida.
…No puedo descuidarme un solo instante. Puede reventar mi piel hinchada,
atosigada de líquidos. A veces siento que estoy quedando sin alma y sin piel.
Sin embargo, piel mía, hermanita, ahí sigues defendiéndome, colgada a los
huesos de mi voluntad. Mi esqueleto, visto desde afuera, debe parecer un
chamizo cargado de trapos… Un espinazo”.

Este desgarrador fragmento del relato titulado Monólogo del que muere en la calle, hace parte del libro El contrasueño, historias de la vida desechable, escrito por el periodista Carlos Sánchez Ocampo y reeditado en septiembre de 2007 (la primera edición fue hecha por la Universidad de Antioquia en 1993. Imagen a la izquierda), por Pregón Ediciones. Son 33 crónicas dolorosas por el verismo y la realidad citadina que descubren; relatos donde se reconcentra el dolor, el abandono y la indiferencia, muchas veces peores que el ultraje, la tortura o el asesinato. Son breves y sápidas historias, si se mira la maestría del lenguaje, la carga filosófica y brutal, escritas con oficio y amor por la forma como se narran, a la mejor manera del periodismo moderno, tal como lo propusiera Joseph Pulitzer, desde el 10 de mayo de 1883, cuando firmó la compara del periódico The World.
Carlos Sánchez Ocampo es de esos periodistas que escasean en nuestro medio; de esos carentes de burbuja, comodidades y reconocimientos; lejos de los escritorios se da a recorrer la ciudad, el campo, el país y el continente, para vivir y narrar con pasión los dolores, las tristezas y las pocas alegrías de los que nada tienen, de los desposeídos, de los que el lenguaje, en su riqueza peregrina, arropa con un término lastimero, pero real: “desechables”. Desechables como cualquier mercancía en desuso, obsoleta, inservible. Con un yo destrozado, con la esperanza muerta. El término, al fin y al cabo, expresa con exactitud la mirada de la sociedad. Podrán inventar eufemismos variopintos, pero mientras la mirada oficial y ciudadana no sea la mirada del autor, difícilmente la palabra desechable, pasará a la categoría de arcaísmo.
Al leer las crónicas de Carlos Sánchez Ocampo, vuelve a mi memoria el hermoso poema La ciudad, del cercano poeta griego Constantino Kavafis:
Dijiste: “Iré a otro lugar, a otro mar. / Otra ciudad mejor que ésta he de hallar. / Todo esfuerzo mío es una condena escrita; / y está mi corazón –como un muerto– sepultado. / Hasta cuándo permanecerá mi espíritu en este marasmo. / Donde vuelvo mis ojos, donde quiera que mire / veo las oscuras ruinas de mi vida, / donde tantos años pasé y destruí y perdí”.
No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares. / La ciudad te seguirá. / Vagarás por las mismas calles. / Y en los mismos barrios te harás viejo / y en estas mismas casas envejecerás. / Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar –no esperes–, no hay barco, para ti, no hay camino. / Al arruinar tu vida aquí, en este pequeño rincón, / la habrás arruinado en toda la tierra.
Nacido en 1957, nuestro autor a publicado, además del libro mencionado, los siguiente trabajos: Yendo y viniendo y así, serie de reportajes a pueblos de Colombia, finalista en el concurso de periodismo Germán Arciniegas, año 1995;
Santificad las fiestas, Serie de reportajes escritos y fotográficos (fotografías de Elizabeth Mejía) sobre fiestas populares colombianas, publicado en 1998, por El ministerio de Cultura de Colombia; Argentina rostros mixtos y mutantes, nominado al premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, año 2004; e Intemperies, obras de arte y esculturas del espacio público de Medellín. Crónicas, 2007.
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LETRAS AL SOL
Balfour Stevenson:novelador de aventuras
Iván de J. Guzmán López Iguzman2007@une.net.co http://idejeguz.blogspot.com/
EL MUNDO, Medellín, Abril 19, 2008 ver detalle
http://www.elmundo.com/sitioweb/noticia_detalle.php?idcuerpo=2&dscuerpo=La%20Metro&idseccion=18&dsseccion=La%20Movida&idnoticia=82370&dsnoticia=Balfour%20Stevenson:novelador%20de%20aventuras&imagen=&vl=1&r=la_movida.php
Si algo maravilloso nos ofrece la literatura es su capacidad para crear y recrear. Esta sentencia encuentra eco en el aforismo: “todo aquello que el hombre es capaz de imaginar, es susceptible de suceder algún día”.
Por complemento, se dice que “en algunos casos la realidad supera la ficción”. Las anteriores disquisiciones vienen a cuento, a propósito de una novela tan bella y rica como La isla del tesoro, y de cuentos tan preciosos y aleccionadores (y tan puristas, desde el punto de vista del lenguaje) como El diablo de la botella o El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Robert Louis Balfour Stevenson.
Estas joyas literarias desarrollan con maestría especial uno de los temas fundamentales de la literatura universal: el bien y el mal. A principios del otoño de 1885 las ideas de Stevenson giraban en torno al concepto de la dualidad del hombre y cómo incorporar el bien y el mal en una obra. La isla del tesoro, es una fascinante historia que gira alrededor de la búsqueda de un tesoro enterrado, y que presenta el bien bajo el prototipo de un chico llamado Jim, quien a su vez debe descubrir por sí mismo la cara del bien entre sus amigos y la del mal entre los piratas Pew y Long John Silver.





En El extraño caso del doctor Jeckyll y mister Hyde el bien y el mal cohabitan en una sola persona: dos personalidades que encubren, la una, el bien; la otra, el mal. El médico Henry Jeckyll, siguiendo la hipótesis de que es posible polarizar y separar estos dos componentes del yo, creó una poción que podía transformar a una persona en la encarnación de su yo maligno, consiguiendo al mismo tiempo depurar su lado bueno. Después de ingerir la pócima, Jekyll perdía estatura, adquiría un aspecto desagradable, y su naturaleza malvada se hacía dominante; a esta “persona” la llamó Edward Hyde. Después de unas cuantas transformaciones a Hyde, y viceversa, Jekyll se acostumbró a realizar regularmente la metamorfosis con el fin de poder entregarse a placeres oscuros, que nunca se permitiría en la persona de Jekyll.

En El diablo de la botella, la codicia, la riqueza y la desesperación conviven en tanto...en el interior de la botella habita un demonio, y ese demonio le concede al tenedor cualquier deseo, excepto alargarle la vida. Si el dueño de la botella muere sin venderla, será llevado al Infierno.

La novela y los cuentos citados hacen parte de la obra clásica ¡cómo no!, del escritor escocés Robert Louis Balfour Stevenson, nacido el 13 de noviembre de 1850. Proveniente de una familia acomodada, nuestro autor era, a la edad de ocho años, totalmente analfabeto debido a la precaria salud de su madre y la suya misma, pero, por fortuna, sus obligados y largos períodos de convalecencia al cuidado de su nana Alison Cunningham, posibilitaron su temprano acceso a la literatura, a través de los muchos relatos de aventura que esta le hacía.

De adolescente acompañó a su padre en frecuentes viajes por el mundo, lo que influenciaría su posterior gran obra, así como su trabajo ensayístico, breve, pero decisivo en lo que se refiere a la estructura de la moderna novela de aventuras. Estudió ingeniería náutica, más por demanda del padre, que era ingeniero. Pronto la cambió por el Derecho, pero su interés estaba realmente puesto en la literatura. Los síntomas de la tuberculosis aparecieron en 1875; esta enfermedad marcaría su vida, su carrera literaria y finalmente lo llevaría a la tumba. El aserto lo confirman sus quejosas palabras: “Durante catorce años no he conocido un solo día efectivo de salud. He escrito con hemorragias, he escrito enfermo, entre estertores de tos, he escrito con la cabeza dando tumbos”.

En 1878 publicó su primer libro; a los 30 años se casó en Francia con la norteamericana Fanny Osbourne; con ella vivió en el lejano Oeste, donde escribió historias de viajes, aventuras y romances. Finalizando el año, la salud de Stevenson comenzó a empeorar. Entonces se mudaron a Edimburgo, luego a Davos, en Suiza, y finalmente a una finca que su padre les regaló en el balneario de Bournemouth. Tres años después partieron a Nueva York, donde Stevenson hizo buena amistad con Mark Twain, autor del famoso libro Las aventuras de Tom Sawyer. Tras una breve estadía en San Francisco, viajan a las islas del Pacífico Sur, donde finalmente se establecen. En la isla Samoa entabla buena relación con los aborígenes, quienes lo llaman “Tusitala”, que significa “el que cuenta historias”.

Su vida fue un ejercicio continuo del relato clásico de aventuras, donde el carácter y la acción de los personajes; su estilo elegante, casi purista y sobrio, su tema fundamental, el bien y el mal, y sus descripciones espléndidas, influyeron en escritores tan grandes como Jorge Luis Borges. Entre sus obras, aparte de las ya citadas, están: Las aventuras de David Balfour, Cuentos de los mares del sur, La resaca, El Conde de Ballantrae, Los hombres alegres y otros cuentos, Fábulas, La flecha negra, Las nuevas noches árabes, La caja equivocada, El dique de Hermiston, El ladrón de cadáveres, Un viaje al continente, Bajamar, y Noches en la isla.
El gran novelador de aventuras murió en la isla de Upolu, perteneciente a las Islas Samoas, el 3 de diciembre de 1894, víctima de una hemorragia cerebral. Enterrado en el monte Vaea, en cumplimiento de su voluntad, puede leerse en su tumba este poema - epitafio:
Bajo el inmenso y estrellado cielo, / cavad mi fosa y dejadme yacer. / Alegre he vivido y alegre muero, / pero al caer quiero haceros un ruego: / que pongais sobre mi tumba este verso: / “Aquí yace donde quiso yacer; / de vuelta del mar está el marinero, / de vuelta del monte está el cazador”.




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Imagenes tomadas de : http://www.notablebiographies.com/images/uewb_09_img0659.jpg
http://forbiddenplanet.co.uk/blog/wp-content/uploads/2007/03/stevenson.jpg









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LETRAS AL SOL
Nicolás Guillén, poeta nacional de cuba
Por la sangre de Manuel Zapata Olivella, o la de Jorge Artel, se llega a la de Nicolás Guillén, Poeta nacional de Cuba.
Iván de J. Guzmán López * iguzman2007@une.net.co , http://idejeguz.blogspot.com/
EL MUNDO, Abril 12, 2008
http://www.elmundo.com/sitioweb/noticia_detalle.php?idcuerpo=2&dscuerpo=La%20Metro&idseccion=18&dsseccion=La%20Movida&idnoticia=81740&dsnoticia=Nicolás%20Guillén,%20poeta%20nacional%20de%20cuba&imagen=&vl=1&r=la_movida.php
Tomada de: http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/Guillen/












Es una sangre orgullosa de negro; de negro americano que no oculta, que no se avergüenza de sus lejanos e imborrables ancestros africanos.
Así, en su poética habita el hombre negro, siempre en busca de su identidad. El aserto se trasluce en su poema Negro bembón:
¿Po qué te pone tan brabo, / cuando te dicen negro bembón, / si tiene la boca santa, / negro bembóm? / Bembón así como ere / tiene de tó; / Caridá te mantiene, te lo dá tó. / Te queja todavía, / negro bembón; / sin pega y con harina, / negro bembón, / majagua de drí blanco, / negro bembón; / zapato de dó tono, / negro bembón.
Bembón así como ere / tiene de tó; / Caridá te mantiene, te lo dá tó.
En el lenguaje de Motivos, por ejemplo, al reproducir el habla de los negros habaneros, “está implícito el deseo del poeta de recuperar la lengua perdida; la lengua de los vencidos. El Canto negro, de Sóngoro cosongo, es una verdadera incógnita literaria.
¿Encantamiento del poeta por la palabra? ¿Vestigios lingüísticos yorubas? ¿Deseo imperioso de refundar el mundo perdido, de restaurar la lengua ancestral aniquilada ante la imposición de otra, de donde se esfumara?”. En el poema Mulata, con aire de picardía y ternura, leemos:
Ya yo me enteré, mulata, / mulata, ya sé que dise / que yo tengo la narise / como nudo de cobbata. / Y fíjate bien que tú / no ere tan adelantá, / poqque tu boca é bien grande, / y tu pasa, colorá. / Tanto tren con tu cueppo, / tanto tren; / tanto tren con tu boca, / tanto tren; / tanto tren con tu sojo, / tanto tren.
Si tú supiera, mulata, / la veddá: / que yo con mi negra tengo, / y no te quiero pa ná!
Nicolás Guillén Batista, conocido simplemente como Nicolás Guillén, nació el 10 de julio de 1902, en Camagüey, capital de la provincia cubana del mismo nombre. Hijo del periodista Nicolás Guillén y de su esposa Argelia Batista Arrieta; debe su formación a su madre, ya que su padre, a quien evocaría mucho después en su intensa Elegía camagüeyana, murió en una revuelta política, en la agitada Cuba de 1917.
Terminó sus estudios de bachillerato en 1919, y en 1920 empezó a publicar sus versos en revistas como Camagüey Gráfico y Orto, de Manzanillo. En 1922 conforma un volumen de poesía de corte modernista, Cerebro y corazón, que sólo vería la luz cuando, medio siglo más tarde, aproximadamente, aparecen sus Obras completas. Este mismo año comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de La Habana, la misma que abandonó, desencantado de la formación que recibía. Este desencanto lo plasmaría en el poema, Al margen de mis libros de estudio, texto publicado en el número inaugural de la revista Alma Mater. De regreso a Camagüey, Guillén organizó y dirigió la revista Lys, y desempeñó oficios como el de corrector de pruebas, redactor del diario El Camagüeyano y empleado del municipio de Camagüey.
En 1926, regresó a La Habana, obteniendo un trabajo en la Secretaría del ayuntamiento, pudiendo así desplegar su trabajo literario e intelectual. Por esa época conoció a Federico García Lorca y al gran poeta negro norteamericano Langston Hughes, cuya amistad influenciaría visiblemente la obra posterior de Guillén. En abril de 1930, escribió sus Motivos de son, que le dio celebridad y le permitió estrechar amistad con el otro gran poeta camagüeyano Emilio Ballagas. En 1931 publicó Sóngoro cosongo; poemas mulatos, un libro de altos niveles artísticos y bastante reflexivo sobre la cultura cubana, lo que le valió la ponderación de Miguel de Unamuno, expresada en una carta con fecha de 1932.
En 1934 apareció su poemario West Indies, Ltda. que da cuenta de su crecimiento intelectual, y lo orienta hacia posiciones cada vez más comprometidas y más críticas sobre el desequilibrio social y económico de su país.
Guillén viajó a México el 19 de enero de 1937, visita de honda repercusión en su obra, pues le permitió relacionarse con artistas como Silvestre Revueltas, José Mancisidor, Diego Rivera y Alfaro Siqueiros. Por la época publica el poemario de fuerte entonación popular Cantos para soldados y sones para turistas; también apareció en México su poema España. Poema en cuatro angustias y una esperanza.


En 1937, viajó a España, en plena guerra civil, para participar en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Barcelona, Valencia y Madrid. Allí se relacionó con lo más destacado de la vida intelectual del momento como Antonio Machado, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Rafael Alberti, César Vallejo, León Felipe, Juan Chabás, Octavio Paz, Tristán Tzara, Anna Seghers, Ilya Ehrenburg y Ernest Hemingway.
De vuelta a Cuba, acompañado de León Felipe, soportó una situación difícil, entre otras razones porque el Partido Comunista se hallaba en plena ilegalidad y por la enorme inestabilidad económica y política del país.
Entre 1939 y 1941 el poeta consagró buena parte de su tiempo a una intensa labor política y cultural, y publica trabajos poéticos como: El son entero (1947), Elegía a Jesús Menéndez (1951), La paloma de vuelo popular (1958), ¿Puedes? (1961), Poemas de amor, Tengo (1964), El gran zoo (1969), Cuatro canciones para el Che (1969), Nueva antología mayor (1979), Todas las flores de abril (1993), España. Al alcance del sueño (1995). En 1983 recibe en Cuba el Premio Nacional de Literatura.
Su obra poética, verdadero canto al negro y a la libertad, llena de onomatopeyas, jitanjáforas y rimas agudas, sigue vigente, así su voz se haya apagado el 17 de julio de 1989, en su bella Cuba.
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Excelente página sobre N. Guillén : http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/Guillen/
Fotografías, tomadas de allí.
http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/Guillen/graf/album/img03.jpg
http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/Guillen/graf/album/img12.jpg
http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/Guillen/graf/album/img30.jpg
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Letras al sol
Mario Vargas Llosa, pionero del boom
París era, hacia los años sesenta, el destino anhelado de los noveles y jóvenes escritores y artistas latinoamericanos. ver detalle
Iván de J. Guzmán López* http://idejeguz.blogspot.com/ , * iguzman2007@une.net.co
EL MUNDO, MARZO 29, 2008. La Movida
http://www.elmundo.com/sitioweb/noticia_detalle.php?idcuerpo=2&dscuerpo=La%20Metro&idseccion=18&dsseccion=La%20Movida&idnoticia=80459&dsnoticia=Mario%20Vargas%20Llosa,%20pionero%20del%20boom&imagen=&vl=1&r=la_movida.php





http://www.eluniversal.com/2008/03/25/cul_ava_mario-vargas-llosa-e_25A1457039.shtml
El escritor peruano Mario Vargas Llosa recibió hoy (Marzo 25, 2008) de manos del Jefe del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires,




Mauricio Macri, el título de Visitante Ilustre, en la Biblioteca Pública Miguel Cané del barrio de Boedo (EFE)




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Es allí donde encontramos a Mario Vargas Llosa, en compañía de Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. Los cuatro representaban, por esas calendas, la corriente renovadora en la novelística hispanoamericana conocida con el nombre de “el boom latinoamericano”, del cual Vargas Llosa era el representante más joven. Desde su primera novela, La ciudad y los perros (1963), alcanzó la fama literaria al ganar el importante Premio Biblioteca Breve, de Barcelona.




Sobre la citada novela, como asunto anecdótico, se cuenta que hacia 1960 el poeta y editor Carlos Barral, releyendo en su oficina de Seix Barral, en Barcelona, algunos de los originales que el informe de su lector editorial había desechado, se encontró inopinadamente con los manuscritos de la novela. El escritor J. J. Armas Marcelo, en su libro Vargas Llosa, el vicio de escribir, relata el hecho, así:

“Esa tarde -me contó Carlos Barral- había decidido pasarla hojeando algunos originales de las decenas que llegaban a la editorial Seix Barral con la ambición de ser publicados y que, por una u otra razón, suelen ser destinados al fracaso que acaba con muchos diletantes de la literatura para siempre. Entonces encontré La ciudad y los perros. Me bastaron sólo unas páginas para comprender que estaba ante una gran novela, ante un gran descubrimiento. No sabía nada del escritor, y lo primero que hice fue tratar de ponerme en contacto con él. Tenía que ir a París por aquellos días, y sabiendo que vivía allí le envíe un telegrama para encontrarnos y conocernos”.

Mario Vargas Llosa, hijo de Ernesto Vargas Maldonado y Dora Llosa Ureta, nació en Arequipa, Perú, el 28 de marzo de 1936. Antes de su nacimiento, la pareja se separó, por lo que a pocos días de su nacimiento fue llevado a la ciudad de Cochabamba, en Bolivia, donde vivían los parientes de su madre; allí vivió su infancia y cursó sus primeros años de estudio en el Colegio La Salle. Durante la presidencia de José Luis Bustamante y Rivero, su abuelo obtuvo un cargo político en la ciudad de Piura, por lo que hubo de regresar con su familia al Perú. En 1946 conoció a su padre, con quien mantendría una relación tormentosa y de poder. Este mismo año, la familia, incluido el padre, se trasladaría a Lima; algunas de estas circunstancias, aparecerían en 1966, en su libro, La casa verde.

Ya en la capital peruana, estudió en el Colegio La Salle y, durante dos años en el Colegio Militar Leoncio Prado. Precisamente, estas memorias como cadete en dicha escuela fueron reelaboradas en la ya citada La ciudad y los perros, con imágenes violentas, cuestionamientos morales y tensión dramática, constituyéndose desde su aparición en una de las expresiones más características de renovación en la novelística hispanoamericana.

Antes de terminar el colegio, Vargas Llosa se estrenó en el periodismo: Se retiró del colegio militar y ese último año lo cursó en la ciudad de Piura, donde trabajó en el periódico local, La industria, y se representó su primera obra dramática, La huida del Inca.

Durante la dictadura de Manuel A. Odría ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde adelantó cursos de Derecho y terminó la carrera de Letras. En la experiencia de los oscuros años del dictador Odría (1948-1956) se recrea Conversación en la Catedral (1969), un vasto análisis de los círculos del poder, el mundillo del periodismo amarillo y los cabarés de mala muerte.

Su vocación de escritor se ponía de manifiesto, a la par que la de periodista. En 1958 ganó la beca de estudios «Javier Prado», mediante la cual pudo viajar a Madrid al año siguiente.

Cursó estudios de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, obteniendo el grado de Doctor en Filosofía y Letras. Luego de doctorarse se trasladó a París. En 1959 publicó un conjunto de cuentos bajo el título de Los jefes, que obtuvo el «Premio Leopoldo Alas».En 1965, contrajo matrimonio con su prima Patricia Llosa con la que tuvo tres hijos: Gonzalo, Álvaro y Morgana. En 1974 regresó al Perú e hizo incursiones en el periodismo televisivo como conductor del programa político «La Torre de Babel».

En 1990 participa como candidato presidencial, circunstancia que recrea, en 1993, en su libro de memorias El pez en el agua, al que le siguieron: Los cuadernos de don Rigoberto (1997), El paraíso en la otra esquina (2003) y La tentación de lo imposible, ensayo que resume el curso dictado en Oxford sobre la novela Los miserables de Victor Hugo. La novela La fiesta del chivo (2000) fue llevada al cine en forma exitosa; en mayo de 2006 presentó su obra Travesuras de la niña mala. Sus obras de ficción, ensayo, teatro, periodismo y crítica literaria suman más de sesenta trabajos traducidos a muchos idiomas en decenas de países.

Entre sus galardones, tenemos el Biblioteca Breve (1962), Premio de la Crítica (1964,1967), Rómulo Gallegos (1967), Príncipe de Asturias (1986), Planeta (1993), Cervantes (1994), FDDB (1996) y Grinzane Cavour (2004). En 1995, fue elegido académico de número de la Real Academia Española, y en 1996 leyó su discurso de ingreso sobre Azorín. La riqueza de su idioma, sus formas de expresión, su continua presencia en el debate sobre asuntos relativos a la libertad, violencia, censura y justicia, lo hacen hoy en día, una de las personalidades intelectuales más activas e influyentes del mundo.

En Vargas Llosa hay una vocación definitiva de escritor, vocación que, como confiesa en sus memorias El pez en el agua (1993), “surgió casi como una rebelión contra la autoridad paterna y pronto se convirtió en la temprana certeza de que su destino estaría marcado por el ritmo del tableteo de una máquina de escribir”.
* iguzman2007@une.net.co
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Mario Vargas Llosa. Web Oficial.
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/vargasllosa/home.htm
Otras información
http://es.wikipedia.org/wiki/Mario_Vargas_Llosa

DIAPOSITIVAS DEL BOOM LATINOAMERICANO

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LETRAS AL SOL
Señor de la vida y de las letras
Las ideas siempre han sido -y seguramente lo seguirán siendo, quiera Dios- el motor de los pueblos.
IVÁN DE J. GUZMÁN LÓPEZ**iguzman2007@une.net.co , http://idejeguz.blogspot.com/
EL MUNDO, Medellín Marzo 15, 2008, ver detalle
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Consecuente con el aserto anterior, y apoyado en la magnífica biografía hecha por Jorge Emilio Sierra, intitulada Jaime Sanín Echeverri, un Humanista Integral, puedo afirmar que el doctor Jaime Sanín Echeverri fue pionero del subsidio familiar y artífice de las Cajas de compensación familiar cuando, a partir de su ensayo ¿Es posible en Colombia el salario familiar?, publicado a mediados del siglo pasado, y tras una intensa campaña que finalmente recibió el apoyo de la Andi, gremio presidido entonces por José Gutiérrez Gómez, «Don Guti», nació, en 1954, la primera Caja de compensación familiar de Colombia: Comfama.




La referencia inicial que tuve del doctor Jaime Sanín Echeverri data de la década del 70 siendo yo un estudiante pueblerino, oteador de horizontes y tocado ya por el finísimo y definitivo tul de la literatura. Dicha referencia fue, cómo no, su celebrada novela Una Mujer de cuatro en conducta (1948), la historia de la joven Helena Restrepo, campesina de Santa Elena, hija de Marco Antonio, un agricultor pobre, analfabeta y recatado.

Helena sale de su tierra como consecuencia del abandono del campo, las leyes del mercado -que para entonces ya hacían estragos- y el espejismo de la ciudad, en 1936, bajo la presión demográfica, el desordenado crecimiento urbano y la sempiterna violencia colombiana. Al perder su trabajo como empleada doméstica, por el solo delito de conservar la foto del joven de la casa, recala en una fábrica donde es asediada por compañeros y empleados. Embarazada, se encuentra en la calle; con su niño, termina de mesera en bares y cantinas hasta la llegada de un rico mecenas, por cuya muerte resulta enjuiciada. Al final de la novela, el hijo se enrola en una comunidad religiosa y ella aparece en un convento.

Escritores del caletre de Otto Morales Benítez, Abel Naranjo Villegas, Javier Arango Ferrer y Manuel Mejía Vallejo, están de acuerdo en afirmar que Una mujer de cuatro en conducta constituyó el primer intento de novelar la ciudad y una de las más importantes novelas colombianas en su género “porque con un mínimo de materia narrada logra el máximo de expresión y es un texto que muestra de cerca las pasiones, sentimientos, luchas y agonías que atenazan la vida de los hombres de provincia y los transciende para dejar entrever lo que ellos tienen de universal”.

Nacido en Rionegro, en 1922, el doctor Jaime Sanín Echeverri se presenta a nuestros ojos como un verdadero humanista: Abogado, educador, académico, escritor, periodista, diplomático, rector de la Universidad de Antioquia y cofundador del Sena. Redactor de El Pueblo, director de la revista Arco, Cónsul de Colombia en Génova y miembro de la Academia Colombiana de la Lengua. Autor de: El estudio y la cuestión social (1934); Las misiones en Colombia (1938); la citada Una mujer de cuatro en conducta (1948); Palabras de un viejo maestro (1949); Crónicas de Medellín (1950); el mencionado ensayo ¿Es posible en Colombia un salario familiar? (1953); ¿Quién dijo miedo? (1960); Acercamiento a la Universidad (1961); Palabras de un viejo colega (1964); La universidad nunca lograda (1971); Emilio Robledo (1974); La chozna tortuga (1976); Ospina supo esperar (1978); El obispo Builes (1988). Su más reciente obra: Jesús el de José, es una bella apología. Recibió reconocimientos como la estatuilla Ciencia y Libertad y la medalla Agustín Nieto Caballero, que compartió con el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri y el científico Colombiano Rodolfo Llinás.

A propósito de su humanismo, bonhomía y don de gentes, el poeta Hernando García Mejía, en una tarde de deliciosos paliques en que regresábamos de Rionegro luego de una conferencia al alimón, me confió la reveladora historia de cómo su primer empleo como corrector de prueba en la desaparecida Editorial Bedout, reemplazando nada más ni nada menos que a don Benigno A. Gutiérrez, se lo debe al doctor Jaime Sanín Echeverri cuando éste era director del Sena. La anécdota apareció, 46 años después, en su libro autobiográfico Salvado por los cuentos, memorias de infancia, juventud y literatura, publicado en septiembre de 2006 por Ghana Editores; en él, se lee:

“Detrás de un inmenso escritorio de refulgente caoba había un hombre blanco, de aspecto noble, cuya edad frisaría los cuarenta años. Me acerqué y le extendí la mano, que estrechó con gesto benévolo y casi paternal.

Ya sentado, completamente distensionado y conversando con tranquilidad, le hablé de su novela, de mi reciente llegada a la ciudad en busca de trabajo, de mi afición impenitente por la lectura, de mis escritos...

Escuchándome con tanta atención como curiosidad, me preguntó si traía, por casualidad, alguno de los tales escritos.

-Sí, doctor -contesté, feliz de haber tenido la precaución de echarme uno al bolsillo del saco antes de salir.

-Déjeme verlo, por favor.

Oprimió un timbre, pidió un par de tintos y se concentró en la lectura. Al terminar sacó una estilográfica y, corrigiendo algo en el manuscrito, dijo:

-Tiene buena madera, joven...

-Gracias, doctor -respondí...

Al cabo de un rato me preguntó en dónde aspiraba a trabajar.

-En la Editorial Bedout o en El Colombiano -respondí.

Sonrió, no sé si por mi atrevimiento o por la coherencia entre aptitud y aspiración. (...)”

El doctor Sanín Echeverri, señor de la vida y de las letras, murió* el primero de marzo de 2008, en Bogotá, seguramente con la alegría de saber que nos dejaba una buena herencia de humanismo y un buen legado literario.
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* Murió en Bogotá Jaime Sanín Echeverri www.elcolombiano.co
http://www.elcolombiano.com/BancoMedios/Imagenes/COLjaimesaninecheverrifallecio01032008.jpg
JAIME SANÍN ECHEVERRI 1 MEDELLÍN: INICIO A UNA MODERNIDAD TRAUMÁTICA
Me dio Medellín el amor que / me ha acompañado fiel hasta / la vejez. Jaime Sanín Echeverri2
Augusto Escobar Mesa, Universidad de Antioquia, aescobarm49@hotmail.com http://www.colombiaaprende.edu.co/recursos/superior/handle/literaturacolombiana/pdf_files/tema6.pdf
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COLUMNAS DE
MARZO Y ABRIL 2008
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Hay noches en que, tras el tráfago del día, nos sentamos solazadamente en un sillón de la biblioteca hogareña y empezamos a observar con atención a nuestros mejores e incondicionales compañeros de viaje: los libros. Parece que cada uno de ellos, con su título, su autor y sus características editoriales, nos mirara a los ojos de forma sugerente. Hace poco mis ojos se encontraron con el entrañable libro titulado Las florecillas de san Francisco.
ver detalle
IVÁN DE J. GUZMÁN LÓPEZ* mailto:*iguzman2007@une.net.co , http://idejeguz.blogspot.com/
EL MUNDO, Marzo 8, 2008
http://www.elmundo.com/sitioweb/noticia_detalle.php?idcuerpo=2&dscuerpo=La%20Metro&idseccion=18&dsseccion=La%20Movida&idnoticia=78800&dsnoticia=Las%20florecillas%20de%20San%20Francisco&imagen=&vl=1&r=la_movida.php

Pequeño en su volumen, pero de una gran dimensión espiritual y literaria, el texto está dividido en 53 capítulos donde se narran historias breves (de no más de 2 cuartillas cada una), que cuentan las aventuras, hechos, vida y obra de San Francisco de Asís y sus doce frailes. El opúsculo abre con un bello retrato espiritual y físico del Pobrecillo de Asís, escrito por Tomás Celano, y continúa con un sobrio poema de alabanza al Señor, por las criaturas, por el sol, la luna y las estrellas; por el viento, el aire, el fuego y la madre tierra; por los que perdonan, por los que viven la paz y la muerte corporal.

Este breve escrito, que cuenta casi setecientos años, nació en latín con el nombre de Actus Beati francisci el sociorum eius. Esta recopilación obedece a la tradición oral mantenida viva por el amor de los frailes contemporáneos y más allegados al santo de Asís y por aquellos que lo conocieron y guardaron sus recuerdos. Un fraile marquesano (de la provincia de Las Marcas) obedeció a la necesidad de escribir estos recuerdos para asegurarlos a la posteridad. Más tarde, en el siglo XlV, cuando el latín vulgar había recibido con Dante Alighieri su bautismo literario, otro fraile seleccionó veinticuatro capítulos de los Actus, y los tradujo intitulándolos Florecillas, según la costumbre medieval que llamaba Floretum a la selección de los mejores pasajes de una obra.

El capítulo primero es una reveladora comparación entre la vida de Cristo y la de San Francisco: “... Cristo en el principio de su predicación, eligió doce apóstoles para que despreciaran todas las cosas del mundo y siguieran su ejemplo en la pobreza y en otras virtudes; así, San Francisco eligió desde el principio de la fundación de la Orden doce compañeros poseedores de la altísima pobreza...”

El capítulo segundo cuenta de cómo se convirtió fray Bernardo de Asís, el primer compañero de San Francisco... Y así, mediante un lenguaje sencillo, transparente y no exento de giros poéticos, el libro narra, hasta llegar al capítulo quincuagésimo tercero, el último, las más extraordinarias, místicas y divertidas historias, sucesos y aventuras, donde encontramos a un San Francisco muy cercano a Dios, pero también en estrecha convivencia y comprensión con los hombres, como en el apartado aquel del “santísimo milagro que hizo San Francisco” cuando convirtió al feroz lobo de Agobbio:

“...San Francisco se encaminó resueltamente hacia el lugar donde estaba el lobo. Cuando he aquí que, a la vista de muchos de los habitantes, que habían seguido en gran número para ver este milagro, el lobo avanzó al encuentro de San Francisco con la boca abierta; acercándose a él, San Francisco le hizo la señal de la cruz, lo llamó a sí y le dijo: ¡Ven aquí, hermano lobo! Yo te mando, de parte de Cristo, que no hagas daño ni a mí ni a nadie. ¡Cosa admirable! Apenas trazó la cruz San Francisco, el terrible lobo cerró la boca, dejó de correr y, obedeciendo la orden, se acercó mansamente, como un cordero, y se echó a los pies de San Francisco...”

O aquel capítulo enternecedor en el cual Francisco domesticó a las tórtolas salvajes; o ese otro, revelador y prodigioso, narrado con sencillez y belleza, donde un joven fraile presenció un encuentro sobrenatural y divino:
“... Al poco rato despertó el joven fraile, y, al ver el cordón desatado y que San Francisco se había marchado, se levantó también él y fue en su busca; hallando abierta la puerta que daba al bosque, pensó que San Francisco habría ido allá, y se adentró en el bosque. Al llegar cerca del sitio donde estaba orando San Francisco, comenzó a oír una animada conversación; se aproximó más para entender lo que oía, y vio una luz admirable que envolvía a San Francisco; dentro de esa luz vio a Jesús, a la Virgen María, a San Juan el Bautista y al Evangelista, y una gran multitud de ángeles, que estaban hablando con San Francisco. Al ver y oír esto, el joven cayó en tierra desvanecido”.

O el otro, lleno de gracia y salpicado de humor, donde se narran las ocurrencias del fraile más ingenuo del que se tenga noticia: fray Junípero (quien dio origen a la famosa tira cómica del mismo nombre), cuando decide aparecer montando un columpio por parecer más humilde ante los hombres y “gozar” de la burla de éstos.

así, pues, independiente de la religión que se profese o de la religiosidad propia del lector, adentrarse en las 53 aventuras, hechos y milagros de san Francisco y sus doce frailes, es una deliciosa experiencia que hermosea el espíritu y permite ver -de contera- un claro ejemplo de pulcritud, precisión y sencillez en el uso del idioma.

Algo hace que Las florecillas de San Francisco siga siendo una de las obras maestras de la literatura universal, traducido a todas las lenguas del mundo y editándose sin cesar. Tal vez sea que en él encontramos la ingenuidad, la ternura y la mansedumbre que apacigua el espíritu, tan difícil de encontrar en nuestro tiempo, más aun en muchos desafortunados gobernantes, gárrulas y ferinos, que socarronamente desprecian la Paz que San Francisco predicaba con singular vehemencia.
iguzman2007@une.net.co

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Letras al sol
Amado Nervo, el poeta amado
En mi época de niño, las cartillas eran libros bellos, de tapas gruesas, bien encuadernados e impresos y con múltiples ilustraciones, tan iluminadas y tan íntimas, que tenían la virtud de poblar el corazón de ternura y la mente de letras que servían para escribir “papá”, y decir “mi mamá me mima” con un sonido especial, como el que tiene la lluvia cuando el corazón está contristado.
Iván de J. Guzmán López , iguzman2007@une.net.co , http://idejeguz.blogspot.com/

EL MUNDO, Medellín, Sábado , 1 de Marzo de 2008 ver detalle
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Eran libros –supongo que aún lo son- hechos con el amor de verdaderos artistas y buenos pedagogos que conocían a la perfección la psicología de los niños y se dirigían a su inteligencia, a su imaginación y a su sed de párvulos asomados al mundo.
En esas cartillas nunca faltaban poetas tan grandes como Rubén Darío, Francisco Luis Bernárdez o Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo, conocido por todos como Amado Nervo. Vamos a centrar la añoranza en Amado Nervo. Sobre su nombre, en una de sus dos cortas autobiografías, dice el poeta mejicano: “Nací en Tepic, pequeña ciudad de la costa pacífica, el 27 de agosto de 1870. Mi apellido es Ruíz de Nervo; mi padre lo modificó, encogiéndolo. Se llamaba Amado y me dio su nombre. Resulté, pues, Amado Nervo, y, esto que parecía un seudónimo -así lo creyeron muchos en América-, y que en todo caso era raro, me valió quizá no poco para mi fortuna literaria. ¡Quién sabe cuál habría sido mi suerte con el Ruiz de Nervo ancestral, o si me hubiera llamado Pérez y Pérez”.

Sus estudios primarios los adelantó en escuelas humildes de su ciudad natal; al morir el padre, su madre lo envió a estudiar al colegio de Padres Romanos en Michoacán. Quiso seguir la carrera de abogado, pero terminados los pocos ahorros que dejó su padre, debió volver a Tepic, a trabajar para ayudar a sostener la familia, muy numerosa por cierto. Al poco tiempo marchó a Mazatlán, donde escribió, en el Correo de la Tarde. En 1894 viajó a la capital, donde sobrevivió desempeñando los más disímiles y modestos oficios, hasta abrirse espacio en el competido mundo literario de la época en Ciudad de Méjico.
Su nombre empezó a figurar tras la publicación de su primera novela corta: El Bachiller, según dijo el poeta “por lo audaz e imprevisto de su forma, y especialmente de su desenlace. Ocasionó en América tal escándalo, que me sirvió grandemente para que me conocieran”. Perlas Negras, su primer libro de versos, la obra de adolescencia, fue publicado en 1898, seguido de Místicas, en el mismo año, y que lo situó entre los mejores poetas jóvenes y sin rival alguno dentro de la poesía religiosa.









Como todos los poetas de entonces, amaba París, ciudad a la que llegó en 1900 como corresponsal de El Mundo. Fue por esta época cuando conoció al gran amor de su vida, Ana Cecilia Luisa Dailliez, su dulce mujer por más de diez años y cuya muerte, acaecida el 7 de enero de 1912, dio origen al extraordinario libro de versos La Amada inmóvil. París fue la ciudad del encuentro con Verlaine, Moreas, Wilde y todos los poetas hispanoamericanos, iluminados con su luz; allí selló su amistad eterna y fraternal con Rubén Darío.
En 1902, ya de regreso en México, publicó su hermoso libro de poemas llamado El éxodo y las flores del camino, al igual que Lira heroica. Para 1903, ya era el poeta más grande de su patria. Este año vio la luz el libro Los jardines interiores, de gran belleza y éxito editorial. En 1905 inició su carrera diplomática como secretario de la Legación de México en Madrid, al que pronto hubo de renunciar por la situación política de su patria. En 1919 le fue restituida la investidura diplomática, siendo enviado como Ministro Plenipotenciario ante los gobiernos de Argentina y Uruguay, países en los cuales fue recibido con incontables muestras de admiración y afecto.
Sus publicaciones aparecieron en El Mundo Ilustrado, El Nacional, El Mundo, El Imparcial y en las mejores revistas literarias de la época, al igual que en todos los países de habla hispana. Su producción, abundante y llena de figuras y simbolismos, a la manera del naciente Modernismo, está compuesta de cuentos, semblanzas, artículos humorísticos, reseñas de teatro, artículos dialogados, crítica de libros, crónicas y muchos versos. Versos llenos de ternura, como aquellos que aún recuerdo en la bruma de los años y en las páginas inefables de mi cartilla:
“¡Tan rubia es la niña, / que cuando hay sol no se la ve! / Parece que se difunde / en el rayo matinal, / que con la luz se confunde / su silueta de cristal / tinta en rosas y parece / que en la claridad del día / se desvanece / la niña mía.
Si se asoma mi Damiana / a la ventana, y colora / la aurora su tez lozana /
de albérchigo y terciopelo, / no se sabe si la aurora / ha salido a la Ventana / antes de salir al cielo. / Damiana en el arrebol / de la mañanita se diluye y, si sale el sol, / por rubia... no se la ve.”
Murió en Montevideo, Uruguay, el 24 de mayo de 1919; el retorno de sus restos mortales a su patria y sus funerales, constituyeron un acto apoteósico. Sus despojos yacen en el corazón de los hispanos y en la Rotonda de los Hombres Ilustres de México.





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