Portal de IVÁN DE JESÚS GUZMÁN LÓPEZ
COLUMNAS DE JULIO 2008
.Letras al sol
Celso Román
La permanente sonrisa y la presencia fraternal de Celso Román, hacen pensar que su oficio es el de un vendedor, o tal vez el de un consagrado veterinario. Al conocerlo un poco, llegamos a una plena conclusión: es escritor
Iván de J. Guzmán López*
http://idejeguz.blogspot.com/ *iguzman2007@une.net.co
EL MUNDO, Medellín, Sábado , 5 de Julio de 2008 ver detalle
http://www.elmundo.com/sitio/noticia_detalle.php?idedicion=1042&idcuerpo=2&dscuerpo=La%20Metro&idseccion=18&dsseccion=La%20Movida&idnoticia=89022&imagen=&vl=1&r=la_movida.php?idedicion=1042
La sonrisa a flor de labio y su actitud generosa y comprensiva, seguramente son adquiridas por la costumbre de crear, trabajar, pensar y escribir sobre la tierra, las cosas elementales, los animales, la naturaleza, los hombres, y, especialmente, los niños. Las dos, sonrisa y generosidad, están compuestas de palabras tan cercanas como oso, páramo, abeja, neblina, miel, páramo, flor, poesía, frailejón, estrella, mar, casa, ventana, nevera, licuadora, montaña o juguete.
Celso Román nació en Bogotá, el 6 de noviembre de 1947; estudió Medicina veterinaria en la Universidad Nacional de Colombia y luego escultura, pero muy pronto se dedicó a la literatura. Sus primeros trabajos, generalmente cuentos cortos, aparecieron en los periódicos El Espectador, El Tiempo y las revista Arco y Teorema; empezó con éxito el duro camino de la literatura con una mención de honor en el concurso de poesía de la Universidad Jorge Tadeo Lozano por su libro Poemas de la vida cotidiana y otras vidas, al igual que el primer premio en el concurso de cuento de la Universidad del Tolima. Luego ganó el premio 90 años de El Espectador y el premio Enka de literatura infantil, con el libro Los amigos del hombre, en 1979. Su cuento, El hombre que soñaba, le valió el Premio Netzhualcoyotl, de México. En 1988, su libro Las cosas de la casa, obtuvo el premio de la Asociación Colombiana para la Literatura Infantil y Juvenil ACLIJ. En 1991, su libro De cerca y de lejos recibió el premio del Instituto Distrital de Cultura y Turismo de la Ciudad de Bogotá; en octubre de 1995 el conjunto de su obra recibió Mención de Honor de Premio José Martí, otorgado por la Fundación Iberoamericana para la creación para niños y jóvenes José Martí, con sede en Costa Rica; y en 1998, su libro El imperio de las Cinco Lunas recibió el Premio Latinoamericano de Literatura Juvenil Norma - Fundalectura.
Entre su producción, además de lo anterior, encontramos: Los animales domésticos y electrodomésticos, Calandaima, el país de más allá de la noche, Elías Hoisoi, El libro de las ciudades, Los animales fruteros, Claude Vericel, el amigo de los animales y Ezequiel Uricoechea, el niño que quería saberlo todo.
Congruente con su sentir, Elías Hoisoi es un juego de ternura, solidaridad y afecto, donde campo y ciudad se ven reflejadas en una realidad de dos caras, donde la naturaleza y el humanismo de la una, se van desdibujando tristemente en la frialdad de la otra: “Elías Hoisoi a veces encuentra la selva y todos sus habitantes en medio de la gran ciudad. Él quisiera vivir en una de esas casas que, a pesar de estar en un barrio, parecen casas campesinas, porque tienen abuelos que aman las plantas, las riegan, deshierban los canteros, podan las enredaderas y hablan a las flores: –Cómo está hoy de linda mi begonia, qué bella amaneció la rosa, qué perfumada la azalea...”.
En Los animales domésticos y electrodomésticos, La ternura de su pluma toca cosas aparentemente anodinas, exentas de poesía y ajenas a la literatura. Sobre El reloj de la pared, escribe: “Cuando todos duermen y cuando todos están despiertos, hay alguien que no cesa.
Cuando todos trabajan y cuando todos descansan, hay alguien que monta guardia. Marcha y marcha como un soldadito de corazón de cuarzo (antes lo tenían de rubí, con ruedas volantes, piñones y una mano que les daba cuerda). Suelta segundos, suelta minutos y suelta horas sin descansar, pegado a la pared como un cangrejo que remonta en altamar...”.
De El lavadero, expresa: “Abuelo de la lavadora, el viejo lavadero funciona todavía en muchas casas humildes y lo hace con la caricia de las manos y el cariño del agua. Su humedad favorece las plantas y casi siempre a su sombra hay materas de flores, o tarros sembrados con manzanilla y hierbabuena. Al lado de tanta agua siempre hay musgo y vienen las palomas y los pájaros a beber cuando el día se duerme en los patios después del almuerzo”.
Con Los animales fruteros recrea bellamente nuestras mejores frutas tropicales. Sobre La Uchuvera, escribe: “Es el oro de la tierra, puesto en un envoltorio para que podamos comerlo. Es la única forma de saborear la luz del sol con semillitas...”.
Y así, como en una larga caminata de ternura por las cosas simples, continúa con Las cosas de la casa, donde la belleza toca a los ladrillos, las tejas, las puertas, las chapas y las cerraduras, las ventanas, los tapetes y los bombillos...
En La noche de los juguetes, un rayo de luna se cuela por la ventana y da vida a los juguetes que encuentra en una mesa, como si despertaran de un largo sueño, tal como ocurre con Pinocho o Blanca Nieves. La magia de la literatura recorre los libros de Celso Román y lo sitúan en el pedestal de los grandes escritores de literatura infantil de Colombia.
En su relato, ¿Por qué hay osos que tienen anteojos?, se lee: Hubo un tiempo en que todos los osos que habitaban el planeta eran completamente negros.
Su piel era oscura como el carbón y parecía teñida de humo y de azabache. Eso les permitía pasar desapercibidos en medio de la penumbra de los grandes bosques. Durante la noche se escondían, disfrazados de oscuridad, de manera que sus ojos parecían dos luciérnagas más.
Cuando querían volverse completamente invisibles, simplemente los cerraban y era imposible encontrarlos.
A la literatura le resta algunos espacios para ejercer la escultura en bellas artes de la Universidad Pedagógica; la docencia en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y la Universidad Nacional y sus talleres de naturaleza ecológica y de preservación del medio ambiente, en diversas regiones del país.
La literatura infantil, de suyo difícil, tiene en Celso Román a un eximio cultor, y con cuerda para mucho rato, a decir de su técnica, su sonrisa fresca, la actitud generosa y el amor por los niños, los hombres y la madre natura.
Celso Román nació en Bogotá, el 6 de noviembre de 1947; estudió Medicina veterinaria en la Universidad Nacional de Colombia y luego escultura, pero muy pronto se dedicó a la literatura. Sus primeros trabajos, generalmente cuentos cortos, aparecieron en los periódicos El Espectador, El Tiempo y las revista Arco y Teorema; empezó con éxito el duro camino de la literatura con una mención de honor en el concurso de poesía de la Universidad Jorge Tadeo Lozano por su libro Poemas de la vida cotidiana y otras vidas, al igual que el primer premio en el concurso de cuento de la Universidad del Tolima. Luego ganó el premio 90 años de El Espectador y el premio Enka de literatura infantil, con el libro Los amigos del hombre, en 1979. Su cuento, El hombre que soñaba, le valió el Premio Netzhualcoyotl, de México. En 1988, su libro Las cosas de la casa, obtuvo el premio de la Asociación Colombiana para la Literatura Infantil y Juvenil ACLIJ. En 1991, su libro De cerca y de lejos recibió el premio del Instituto Distrital de Cultura y Turismo de la Ciudad de Bogotá; en octubre de 1995 el conjunto de su obra recibió Mención de Honor de Premio José Martí, otorgado por la Fundación Iberoamericana para la creación para niños y jóvenes José Martí, con sede en Costa Rica; y en 1998, su libro El imperio de las Cinco Lunas recibió el Premio Latinoamericano de Literatura Juvenil Norma - Fundalectura.
Entre su producción, además de lo anterior, encontramos: Los animales domésticos y electrodomésticos, Calandaima, el país de más allá de la noche, Elías Hoisoi, El libro de las ciudades, Los animales fruteros, Claude Vericel, el amigo de los animales y Ezequiel Uricoechea, el niño que quería saberlo todo.
Congruente con su sentir, Elías Hoisoi es un juego de ternura, solidaridad y afecto, donde campo y ciudad se ven reflejadas en una realidad de dos caras, donde la naturaleza y el humanismo de la una, se van desdibujando tristemente en la frialdad de la otra: “Elías Hoisoi a veces encuentra la selva y todos sus habitantes en medio de la gran ciudad. Él quisiera vivir en una de esas casas que, a pesar de estar en un barrio, parecen casas campesinas, porque tienen abuelos que aman las plantas, las riegan, deshierban los canteros, podan las enredaderas y hablan a las flores: –Cómo está hoy de linda mi begonia, qué bella amaneció la rosa, qué perfumada la azalea...”.
En Los animales domésticos y electrodomésticos, La ternura de su pluma toca cosas aparentemente anodinas, exentas de poesía y ajenas a la literatura. Sobre El reloj de la pared, escribe: “Cuando todos duermen y cuando todos están despiertos, hay alguien que no cesa.
Cuando todos trabajan y cuando todos descansan, hay alguien que monta guardia. Marcha y marcha como un soldadito de corazón de cuarzo (antes lo tenían de rubí, con ruedas volantes, piñones y una mano que les daba cuerda). Suelta segundos, suelta minutos y suelta horas sin descansar, pegado a la pared como un cangrejo que remonta en altamar...”.
De El lavadero, expresa: “Abuelo de la lavadora, el viejo lavadero funciona todavía en muchas casas humildes y lo hace con la caricia de las manos y el cariño del agua. Su humedad favorece las plantas y casi siempre a su sombra hay materas de flores, o tarros sembrados con manzanilla y hierbabuena. Al lado de tanta agua siempre hay musgo y vienen las palomas y los pájaros a beber cuando el día se duerme en los patios después del almuerzo”.
Con Los animales fruteros recrea bellamente nuestras mejores frutas tropicales. Sobre La Uchuvera, escribe: “Es el oro de la tierra, puesto en un envoltorio para que podamos comerlo. Es la única forma de saborear la luz del sol con semillitas...”.
Y así, como en una larga caminata de ternura por las cosas simples, continúa con Las cosas de la casa, donde la belleza toca a los ladrillos, las tejas, las puertas, las chapas y las cerraduras, las ventanas, los tapetes y los bombillos...
En La noche de los juguetes, un rayo de luna se cuela por la ventana y da vida a los juguetes que encuentra en una mesa, como si despertaran de un largo sueño, tal como ocurre con Pinocho o Blanca Nieves. La magia de la literatura recorre los libros de Celso Román y lo sitúan en el pedestal de los grandes escritores de literatura infantil de Colombia.
En su relato, ¿Por qué hay osos que tienen anteojos?, se lee: Hubo un tiempo en que todos los osos que habitaban el planeta eran completamente negros.
Su piel era oscura como el carbón y parecía teñida de humo y de azabache. Eso les permitía pasar desapercibidos en medio de la penumbra de los grandes bosques. Durante la noche se escondían, disfrazados de oscuridad, de manera que sus ojos parecían dos luciérnagas más.
Cuando querían volverse completamente invisibles, simplemente los cerraban y era imposible encontrarlos.
A la literatura le resta algunos espacios para ejercer la escultura en bellas artes de la Universidad Pedagógica; la docencia en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y la Universidad Nacional y sus talleres de naturaleza ecológica y de preservación del medio ambiente, en diversas regiones del país.
La literatura infantil, de suyo difícil, tiene en Celso Román a un eximio cultor, y con cuerda para mucho rato, a decir de su técnica, su sonrisa fresca, la actitud generosa y el amor por los niños, los hombres y la madre natura.