domingo, 22 de junio de 2008

Columnas de Junio de 2008

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LETRAS AL SOL
Luis Fernando Macías, literatura y trabajo
Luis Fernando Macías Zuluaga hace parte de esa generación maravillosa de amigos que conocí durante mi estancia en el taller de escritores de la biblioteca pública piloto de Medellín, hacia los 80, que dirigía el Maestro Manuel Mejía Vallejo.
Iván de J. Guzmán López* http://idejeguz.blogspot.com/
EL MUNDO, Medellín. La movida . Junio 28, 2008 . ver detalle
http://www.elmundo.com/sitio/noticia_detalle.php?idedicion=1035&idcuerpo=2&dscuerpo=La%20Metro&idseccion=18&dsseccion=La%20Movida&idnoticia=88358&imagen=&vl=1&r=la_movida.php
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Era un espacio delicioso, de producción, camaradería y trato amable; el Maestro se mostraba paternal, sin dejar de lado la crítica y las recomendaciones; le gustaba que lo llamáramos Manuel, sencillamente. En alguna oportunidad, recuerdo, uno de los asistentes, levantando la mano, dijo:
–Don Manuel...
–Hombre, no me diga don Manuel, –respondió el Maestro–. Don Manuel se le dice a Tirofijo. Las risas no se hicieron esperar.
Así conocí amigos generosos como José Libardo Porras, Claire Levy de Holguín, la inolvidable doña Carmen Rosa de Barth y a Luis Fernando Macías Zuluaga, entre otros. Han pasado más de 20 años desde esa época maravillosa; 20 años que han forjado en Macías una vida productiva y abierta. Una vida que se podría titular (parodiando a Carlos Castro Saavedra), “Macías o el elogio de los oficios”. Así lo certifica la pasión que desborda cuando se entrega a sus oficios de escritor, poeta, editor o maestro. “Me apresuro a vivir”, como decía el poeta Mayakosvki, parece ser la consigna de Luis Fernando, cuando uno lo encuentra pletórico de ideas y de positivismo, siendo coherente con su poética, donde el tiempo es la existencia misma.
Nacido en Medellín el 15 de marzo de 1957, Luis Fernando Macías Zuluaga es Magíster en Filosofía y Licenciado en Educación, Español y Literatura de la Universidad de Antioquia y Especialista en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Medellín; fue miembro del comité de dirección de la revista Poesía, fundador de la Editorial El propio Bolsillo y director del Departamento de Publicaciones de la Universidad de Antioquia, Universidad donde hoy se desempeña como profesor de literatura.
Ha publicado novelas: Amada está lavando (1979), Ganzúa (1989), y Eugenia en la sombra (2003); libros de poesía: Vecinas (1988), Del barrio las vecinas (1988), Una leve mirada sobre el valle (1994), La línea del tiempo (1997), Los cantos de Isabel (2000), Memoria del pez (2002), y Cantar del retorno (2003). Los libros infantiles: La flor de lilolá (1986), La rana sin dientes (1988), Casa de bifloras (1991), y Alejandro y María (2000). Autor de 5 libros de ensayo: Diario de lectura I: Manuel Mejía Vallejo (1994), Diario de lectura II: El pensamiento estético en las obras de Fernando González (1997), Busca raíz (1999), El juego como método para la enseñanza de la literatura a niños y jóvenes (2003), y Glosario de referencias léxicas y culturales en la obra de León de Greiff (2007); 2 libros de cuentos: Los relatos de La Milagrosa (2000), Los guardianes inocentes (2004); y las antologías: El cuento es el rey de los maestros (2007), León de Greiff en el mítico país del sol sonoro (2007), Quien no lo adivina bien tonto es, La canción del barrio, y Los talleres de creación literaria, métodos, ejercicios y lecturas, en lo que va del año 2008.
La obra literaria de Macías no es ajena a la responsabilidad social y ética del escritor; por sus novelas pasan seres sin tiempo y sin futuro como Amada, la criada que lava... y que canta, tal vez para sentirse viva. Amada está lavando es el canto a una mujer sencilla, pero llena de vitalidad, que se alimenta con la riqueza de las múltiples sensaciones que le produce su pequeño mundo, aún desde la condena de su extrema humildad.
Amada va y viene, vive y plancha a espaldas del Estado, porque el Estado hace mucho que le dio la espalda. Amada canta, sin saber que el Estado necesita muchas Amadas, como ella, que no sepan ni su edad, no se acuerden de sus padres, no tengan historia y entreguen sus hijos al círculo de los no-futuro.
La obra de Macías acoge con cariño a Ganzúa y a Petróleo. Ganzúa, retrato de un adolescente criminal; es la copia del barrio, el descubrimiento de la banda, el despertar de la fuerza arrolladora del amor y el temprano cara a cara con la muerte en cualquier esquina, antes de cumplir 20 años. Ganzúa es la muerte de Petróleo, que en el barrio no vale nada (aunque en la bolsa se cotice a diario). Ganzúa es la tragedia diaria de millones de colombianos, jóvenes, la mayoría, para quienes la vida es un instante, una negación oficial de la vida.
Las novelas y los cuentos de Macías están dispuestos espléndidamente al bisturí de la sociocrítica. Al lado de El pelaito que no duró nada (1991), de Víctor Gaviria, y No nacimos pa´ semilla (1990), de Alonso Salazar, entre otros, se constituyen en una apuesta por visibilizar una cara dolorosa de la realidad Nacional, cara que la historiografía y las estadísticas oficiales se empeñan en ocultar.
Como en Ítaca, el poema de Borges (“Mirar la vida hecha de tiempo y agua...”), la obra poética de Luis Fernando Macías despliega sus velas, navega y ondea en el tiempo, en Cronos, en el océano semántico de la palabra tiempo. En el libro Cantar del retorno, su poema El tiempo de la vida, dice:
El tiempo de la vida,/reposado en el comienzo,/se hace corto y rápido:/paso de pájaro en la playa/agua de un río en pendiente de piedras./El tiempo del amor es nada,/de comienzo trepidante,/sólo se hace lento/cuando es ya la verdad./Llega y se va,/llega y se queda,/es todo el tiempo,/reposa en el olvido./El tiempo de la vida/se hace lento/cuando quiere/volver a la quietud./Lento, rápido, lento.../en la muerte se torna/un solo instante.
A lo ya señalado debemos sumar la importante labor de promoción de la lectura y la literatura que adelanta como director del aula taller del lenguaje en la “Casa del maestro”, mediante la cual se han beneficiado 1.800 educadores de la ciudad y dirigido varios concursos literarios. Larga vida y producción al discípulo del Maestro Manuel Mejía Vallejo.
* iguzman2007@une.net.co
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LETRAS AL SOL
Carlos Castro Saavedra poeta de viento y agua

Carlos Castro Saavedra supo madurar las palabras para encontrar poesía en cualquier recodo; su vida fue una paciente caminata de 65 años por la tierra, por las cosas, por el tiempo y por los hombres.
Iván de J. Guzmán López* http://idejeguz.blogspot.com/
EL MUNDO, Medellín, Sábado , 21 de Junio de 2008 Ver detalle


Su sonrisa y su sensibilidad eran la levadura que aplicaba para hornear la poesía. En su poema, Callémonos un rato, nos invita a dejar madurar las palabras, para encontrar su almendra; para comprender la esencia semántica, que constituye su existencia real:


Hemos hablado mucho, compatriotas, / ¿porqué no nos callamos / para que las palabra se maduren / en medio del silencio / y se vuelvan arroz, / cajas de pino, escobas, / duraznos y manteles? / Hacemos mucho ruido / y repetimos la palabra muerte / hasta que la matamos. / Decimos mucho corazón / y gastamos el fruto más hermoso del pecho. / Lo que importa es el río, / no su nombre. / Lo que interesa es pan / y no discursos / sobre las propiedades de la harina. / El mar es bello porque es mar / y no porque lo cantan los poetas, / y existirían piñas / aunque no se llamaran como llaman. / Bajo la tierra crece la semilla / porque el surco no habla / ni le pone adjetivos a la espiga. / Un hombre que se calla largamente / se convierte en camino, / y si guarda silencio su mujer / puede volverse viaje. / Callémonos un rato, / al menos para ver qué le sucede / a la palabra uva. / Es posible que crezca y se derrame / hasta llenar el mundo de dulzura / y cascadas de vino.

Carlos Castro Saavedra, cuyo nombre de pila es Carlos Benjamín Castro Saavedra, hijo de Eduardo Castro Jaramillo y María Saavedra Rengifo, nació el 11 de agosto de 1924 en Medellín. Poeta, prosista, periodista, pintor y antólogo, estudió en el colegio San Ignacio de Medellín y en el liceo de la Universidad de Antioquia. Colaborador desde joven en revistas y periódicos de la ciudad, publicó su primer libro, Fusiles y luceros, en 1946; Mi llanto y manolete, en 1947; 33 poemas, en 1949; Hojas de la patria, en 1950. Le siguieron: Camino de la patria (1951), Música de la calle (1952), Despierta joven América (1953), Escritura en el infierno (1953), Selección poética (1954), Donde canta la rana (1955), El buque de los enamorados (1957), entre 27 poemarios más, cerrando su producción con Poesía rescatada ( 1988) y La voz del viento (1989), libro en el cual la Universidad de Antioquia recogió una selección de sus columnas en diarios.



Su poética es una pedagogía del amor por la patria, por el padre y por la madre; en ella, el amor, la amistad, la paz, la justicia social y el hombre, son temas recurrentes, tratados con sencillez, frescura y pedagogía poética recogida en buena parte de su amigo, Pablo Neruda:

Te quiero así, mujer: sencillamente, / como quiere el pastor a sus ovejas, / el caminante a las encinas viejas / y el río matinal a su corriente.

Te amo como las casas a la gente / y como la colmena a las abejas, / y los ojos dormidos a las cejas / que vuelan en el cielo de la frente.

Voy a tu corazón como las olas / a los buques cargados de amapolas / y de maderas claras y sencillas.

Doy con tu beso al fin, con tu ternura, / como el río con toda la llanura / y la sed con el agua sin orillas.

Su poesía es sentimiento, fina sensibilidad, amor transparente por las cosas elementales:

Una extraña ternura me conmueve, / cuando veo la sal sobre la mesa, / cuando se vuelve dulce la tristeza, / cuando brilla la luna, cuando llueve.

Su religiosidad, contraria a los poetas místicos, está representada con fluidez y cargada de una dialéctica precisa:

Enséñanos, Señor, a amar la muerte, / a contemplarla como vida eterna, / como infinita protección materna, / como infierno que en cielo se convierte.(...).

Entre 1946 y 1986, recibió 10 premios que dan cuenta de su constante trabajo poético y su aporte a la cultura. No podemos dejar de lado su obra pictórica que suma, entre 1956 y 1987, 3 exposiciones; su novela Adán ceniza, 10 libros de prosa poética, 2 obras de teatro y 40 cuentos infantiles.

Castro Saavedra fue colaborador de varios periódicos, mediante columnas llenas de poesía, cotidianidad y temas cercanos al ciudadano de a pie, pero también al letrado.

El poeta murió en Medellín, el 3 de Abril de 1989. En uno de sus poemas, advertía:

Los muertos vuelven, vuelven con frecuencia / y cruzan invisibles y callados / por aquellos lugares desolados / en donde no se advierte su presencia.

Son la brisa, la luz, la transparencia / que los caballos miran asombrados, / y los astros lejanos y apagados / que casi se confunden con la ausencia. (…).

Sus hijos crearon la fundación Carlos Castro Saavedra para la promoción de la literatura y la memoria del poeta que hablaba y escribía con la naturalidad del viento y la transparencia del agua.
* iguzman2007@une.net.co

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Pablo Neruda dijo alguna vez que Veinte poemas de amor y una canción desesperada “es un libro doloroso y pastoril que contiene mis más atormentadas pasiones adolescentes, mezcladas con la naturaleza arrolladora del sur de mi patria.


Iván de J. Guzmán López* http://idejeguz.blogspot.com/
EL MUNDO, Medellín, Sábado , 14 de Junio de 2008 Ver detalle

Es un libro que amo porque a pesar de su aguda melancolía está presente en él el goce de la existencia. Me ayudaron a escribirlo un río y su desembocadura: el Río Imperial. Los Veinte Poemas... son el romance de Santiago, con las calles estudiantiles, la Universidad y el olor a madreselva del amor compartido. ¿Cómo se ha mantenido la frescura, el aroma vivo de estos versos durante todos estos años que fueron como siglos? Yo no puedo explicarlo... Por un milagro que no comprendo, este libro atormentado ha mostrado el camino de la felicidad a muchos seres. ¿Qué otro destino espera el poeta para su obra?”


En 1961 las ediciones autorizadas de Veinte poemas de amor y una canción desesperada completaron el millón de ejemplares, mostrándonos el camino de la felicidad. La misma felicidad y el mismo deslumbramiento de la época lejana de su afortunado descubrimiento. Desde entonces Neruda se ha instalado en el corazón de millones de personas en el mundo, ganado así la categoría de poeta universal.

Qué fácil es, para quien descubre a Neruda, recordar al menos un fragmento del Poema 15, que tanto le agradaba:


Me gustas cuando callas / porque estás como ausente, / y me oyes desde lejos, / y mi voz no te toca.


Parece que los ojos / se te hubieran volado / y parece que un beso / te cerrara la boca. (...).

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Nadie pone en duda la universalidad y la vigencia de Neruda, cuyo vasto universo poético ancla sus raíces en las experiencias e imágenes que subyacen en su infancia. En 1954, en una exaltada intervención en la Universidad de Chile, expresó con ese aire poético que jamás lo abandonaba: “No he hablado gran cosa de mi poesía. En realidad entiendo bien poco de esta materia. Por eso me voy andando con las presencias de mi infancia”.

En otra oportunidad, dijo: «Muchas veces me han preguntado cuándo escribí mi primer poema, cuándo nació en mí la poesía. Trataré de recordarlo... Muy atrás en mi infancia y habiendo apenas aprendido a escribir, sentí una vez una intensa emoción y tracé unas cuantas palabras semirrimadas, pero extrañas a mí, diferentes del lenguaje diario. Las puse en limpio en un papel, preso de una ansiedad profunda, de un sentimiento hasta entonces desconocido, especie de angustia y de tristeza… Era un poema dedicado a mi madre, es decir, a la que conocí por tal, a la angelical madrastra cuya suave sombra protegió toda mi infancia”.


«Mi padre se había casado / en segundas nupcias / con doña Trinidad Candia Marverde, / mi madrastra. / Me parece increíble / tener que dar este nombre / al ángel tutelar de mi infancia.


«Mi padre se había casado / en segundas nupcias / con doña Trinidad Candia Marverde, / mi madrastra. / Me parece increíble / tener que dar este nombre / al ángel tutelar de mi infancia.


Era diligente y dulce y tenía sentido / de humor campesino, / una bondad activa e infatigable». / Oh dulce mamadre / -nunca pude / decir madrastra- / ahora, / mi boca tiembla para definirte, / porque apenas / abrí el entendimiento / vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro, / la santidad más útil: / la del agua y la harina”.


En 1920 cursó sus estudios en el liceo de hombres de Temuco, hasta terminar el sexto año de humanidades. En 1919 obtuvo el tercer puesto en los Juegos florales de Maule y en 1920 empezó a colaborar con la revista literaria Selva Austral, bajo el seudónimo de Pablo Neruda, adoptado en homenaje al poeta checo Jan Neruda (1834-1891). En 1921 se radicó en Santiago de Chile y estudió pedagogía, allí obtuvo el primer premio de la fiesta de la primavera con el poema La canción de fiesta. En 1923, publicó Crepusculario, que es reconocido por escritores como Hernán Díaz Arrieta, Raúl Silva Castro y Pedro Prado; En 1924 apareció su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Le siguen El habitante y su esperanza, Anillos y Tentativa del hombre infinito (1926).

En 1927, inicia su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania; cónsul en Sri Lanca, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. Ese año aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.

En 1936, en Francia, conmovido por la Guerra Civil Española y el asesinato de García Lorca, comienza a escribir España en el corazón. En 1937 regresa a su patria, y su poesía da un giro hacia lo político y social. En 1939 es designado cónsul en París y luego en México, donde reescribe su Canto General de Chile (1950), al que le siguen: Los versos del capitán ( 1952), Todo el amor (1953), Las uvas y el viento( 1954), entre otros libros de poemas.

El poeta de América, el cantor del corazón, de la infancia, de la libertad, de las cosas elementales y del hombre universal, murió el 23 de septiembre de 1973 en Santiago de Chile, acompañado de un bello canto: Yo dormí bajo todas / las banderas / como bajo las ramas / de un solo bosque verde / y las estrellas eran / mis estrellas.

* iguzman2007@une.net.co

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La Cartilla Charry: Libro 1° de lectura

A la inveterada costumbre de husmear en bibliotecas y librerías; buscar entre libros de segunda y cultivar amistad con libreros y librovejeros, debo el hallazgo de verdaderos tesoros literarios. Entre ellos, la inefable Cartilla Charry, libro 1° de lectura, mediante la cual aprendí a leer.
Por Iván de J. Guzmán López*

EL MUNDO, Medellín, Junio 7, 2008 Ver detalle

Que grato es volver, de tarde en tarde, tras la huella de las cosas pasadas, a la patria de la niñez, a la adorada infancia. Cómo no cantar, al vaivén de la nostalgia, apartes de ese precioso poema de nombre “Infancia” que acuñó el corazón del poeta José Asunción Silva, en sus furtivos treinta y un años:

“Con el recuerdo vago de las cosas / que embellecen el tiempo y la distancia, / retornan a las almas cariñosas / cual bandadas de blancas mariposas, / los plácidos recuerdos de la infancia.

¡Caperucita, Barba azul, pequeños / liliputienses, Gulliver gigante, / que flotáis en las brumas de los sueños, / aquí tended las alas, / que yo con alegría / llamaré para haceros compañía / al Ratoncito Pérez y a Urdemalas!

¡Edad feliz! Seguir con vivos ojos / donde la idea brilla, / de la maestra la cansada mano, / sobre los grandes caracteres rojos de la rota cartilla, / donde el esbozo de un bosquejo vago, fruto de instantes de infantil despecho, / las separadas letras juntas puso / bajo la sombra de impasible techo”.

Quién puede olvidar su primer abecedario de besos; cómo ignorar las aladas, breves letras, mostrándonos la ruta de la vida. ¿Se puede apartar del corazón ese opúsculo que sabía a madre, que olía a mar, que brotaba pureza? Quién puede olvidar su primera cartilla –la Cartilla Charry, libro 1°–; su olor, su color y sus sonidos, me acompañan, y me acompañarán por siempre, en un escrito juguetón de Pombo, o en una afirmación severa de Kierkegaard, Cicerón o Nietzsche.

Las cartillas eran libros bellos, de tapas gruesas, bien encuadernados e impresos y con múltiples ilustraciones, tan iluminadas y tan íntimas, que tenían la virtud de poblar el corazón de ternura y la mente de letras que servían para escribir “papá”, y decir “mi mamá me mima” con un sonido especial, como el que tiene la lluvia cuando el corazón está contristado.

Eran libros –supongo que aún lo son– hechos con el amor de verdaderos artistas y buenos pedagogos que conocían a la perfección la psicología de los niños y se dirigían a su inteligencia, a su imaginación y a su sed de párvulos asomados al mundo.

Veo la Cartilla Charry, libro 1°, y evoco al instante catorce callejuelas y tres parques de un pueblo llamado Liborina; un sol inagotable y una casona hecha de barro, de juguetes y de risas que era mi escuela. Cómo se alegraría el corazón si tuviera la suficiente inteligencia para decir elogios de mi tierra natal y escribir cómo era de hermosa la escuela que nos abrazaba con ternura cuando éramos niños.

Y qué decir de la maestra –de la joven maestra que me tocó en suerte y que se llamaba Luz Ángela García–, cuando sus finos dedos abrían la cartilla, mientras sus grandes ojos atraían las letras, las palabras, y su voz les daba vida, en un prodigio de apenas segundos: i, iguana, iglesia; u, uva, uña; e, elefante; a, ala, avión; o, oso, ojo.

Ya en casa, la dulce madre se tornaba en maestra, y en sus rodillas firmes continuaba, en horas de indecible ternura y de incontables besos, la inolvidable lección que me llenaba el alma de palabras, de sueños y de colores.

La Cartilla Charry, libro 1° fue para mí como el primer diccionario para Gabo: “fue como asomarme al mundo entero por primera vez”.

A La voz dulce de Luz Ángela, le sucedió la mano paciente de Alberto Mendoza Ahumada; a la cartilla de primero le siguieron narraciones sencillas, llenas de magia y emoción, y autores sensibles que amaban la literatura: primero fueron los hermanos Grimm, luego Pombo; más tarde el descubrimiento luminoso de Andersen, como una eclosión de ternura y vida; después, Collodi, Carroll, Twain y Eduardo Caballero. Les siguieron Dickens, Oscar Wilde, Selma Lagerloff, Julio Verne, R.L. Stevenson, Henry James, Conan Doyle, Daniel Defoe, Kipling, Rousseau, Fernando González, Chateaubriand, Víctor Hugo, Rubén Darío, Neruda, Bécquer, Carranza, Aurelio Arturo, Romain Rollan, Dostoievski, Tolstoi, Goethe, Camus, Balzac, Proust y Gabo, entre muchos otros.

Nada como volver a la cartilla primera. Sencilla, hermosa, con ilustraciones tan bellas y palabras tan deslumbrantes que ningún escritor podrá jamás igualar: fue la ventana hecha de luz y de color, abriéndose en forma de palabras para leer el mundo. El mundo nuevo, de ficciones, dolores y alegrías, que desde 1966 -cuando aprendí a leer-, vivo con renovada alegría.

“¡Almas blancas, mejillas sonrosadas, cutis de níveo armiño, cabellera de oro, ojos vivos de plácidas miradas, cuán bello hacéis al inocente niño!” Cómo es de bueno recordarte, cartilla primera de lectura; tenerte de nuevo entre las manos, frente a los ojos, que no se cansan de hacer lo que tanto me enseñaste: leer.

Cuánta razón tenía Borges cuando dijo: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro, porque es una extensión de la memoria y de la imaginación”; yo agregaría: y del corazón.

* iguzman2007@une.net.co